INDUSTRIA DE LA DEMOCRACIA

DINERO   La teoría política de la democracia moderna, los estadios de transición y la alternancia del poder, no sólo le dan soporte a la evolución o retroceso de sociedades, como la nuestra, de manera paralela se usan como justificación para hacer de la política y la democracia un gran negocio.
Eso es lo que ocurre con los gastos que se destinan para cumplir con los rituales para atraer el voto. La mayor parte del presupuesto destinado a las campañas de los candidatos se dirige al pago de la propaganda.
Por una parte está la propaganda utilitaria que se transforma en la pinta de bardas, carteles, anuncios espectaculares y los clásicos pendones que hacen parecer a ciudades y poblados como tendederos. Al final, después de las elecciones, todo eso se convierte en basura.
Pero lo más preocupante en esta época en la que se busca repetir el fenómeno mediático de los comicios de 2000, es el apuntalamiento de la telecracia, pues son la televisión y la radio los medios de difusión que atraerán el 90 por ciento de los recursos que se gastarán en la publicidad de las campañas.
De acuerdo con estrategas y consultores, que comparten por supuesto parte de esas ganancias, la tele y la radio son los medios más eficaces para tocar las fibras más sensibles de este tipo de clientes de temporada, que al final son consumidores de ilusiones.
Estrellas fugaces
En la historia reciente de quienes han seguido el camino de la estrategia mediática para estar a la cabeza de los procesos en los que lo que se juega es simplemente el poder, se cuentan más experiencias de fracaso que de éxito.
Desde Jorge Castañeda, pasando por Arturo Montiel y Santiago Creel -los mejores anunciantes de 2005-, todos ellos y otros más gastaron mucho dinero en el bombardeo de espots dirigido a los mexicanos. Al final resultaron raspados y gastados. Los mismos medios que les dieron espacio para su promoción, se los acabaron. ¿Valió la pena? Los medios no objetaron la venta de los tiempos, no tenían por qué hacerlo, pero la efectividad de esas campañas mediáticas, sólo puede considerarse un fracaso total. Y lo peor de todo es que no existe ninguna legislación que obligue a quienes recurren a esos mecanismos para saber de dónde obtuvieron los recursos para afrontar ese gasto inútil.
En nuestro país sólo dos grandes cadenas de televisión se repartirán el pastel, también son dos grupos radiofónicos los que tendrán la mayoría de los contratos firmados por los partidos y avalados por las autoridades del IFE.
Pero la chiquillería ya puso el grito en el cielo y las empresas que no están ligadas a esos grupos han protestado porque recibirán entre todos la rebanada más delgada.
Un estratega de otras campañas asegura que en esta crisis faltan los concesionarios de medios electrónicos del interior del país. Para no quedarse fuera. Pero las protestas de algunos concesionarios han llegado al nivel de comenzar a cancelar la cobertura directa de las campañas políticas.
La industria de la democracia implica también una negociación de espacios en los medios electrónicos.
Además de los programas especiales donde se presentan los perfiles de los candidatos y sus proyectos, que como Bob Ross dan pinceladas maravillosas de lo que podrían hacer de ganar las elecciones, la novedad es la producción de programas como el de Andrés Manuel López Obrador La Otra Versión, a precios tan castigados que son vistos como una inversión de los empresarios televisivos. Pero también es un albur, porque si pierde López Obrador, la cadena de televisión quedará estigmatizada. Pero si gana, ganan.
Todo esto deja al concepto de la equidad como un recurso discursivo, no más. Un doble lenguaje, donde en aras de la democracia y de acercarle al electorado a los candidatos, se antepone la ganancia económica.
Jesús Sánchez / Recuento Político (EL FINANCIERO)

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