La catarsis nacional

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Ninguna parodia le gana a la realidad nacional. No se sabe a ciencia cierta si la altura de la ciudad de México influye en el comportamiento mental de quienes la habitamos, pero que se sepa, en ninguna parte del mundo se celebra la derrota como lo hacen distinguidos miembros de la clase política mexicana.
Por eso se han acuñado frases a lo largo de la historia nacional como «ganamos perdiendo», «lo mejor de todo es lo peor que se está poniendo».
Con la ayuda de los medios electrónicos, radio y televisión, seguimos metidos en el deporte de hacer burbujas, pero cuando se rompen, encontramos la justificación perfecta. ¿Soñar no cuesta nada?
El nacionalismo se ha convertido en un recurso del marketing, aprovechado al 100 por ciento y si no ¿qué hacía la primera dama con una camiseta de la Selección Mexicana con el sello de una marca refresquera?
Es el conformismo institucional el que permite justificar los errores. ¿Se hizo lo que se pudo?, seguramente sí. No había más.
La decepción nacional no nos falló. Siempre ha sido así. Suerte para la otra y siga participando. Pero si apenas unas horas antes Lavolpe se había revelado como el gran salvador de nuestra honra futbolera. No, no fue cuestión de suerte. Ya estamos acostumbrados a poner «buena cara» ante la adversidad.
La decepción nacional se parece mucho a nuestros políticos, se la pasan generando expectativas y a la hora de la hora, se arrugan. Pero eso sí, lo paseado nadie nos lo quita.
Pero de qué preocuparse. No faltará quien proponga la creación de una comisión especial -con presupuesto propio-para investigar qué sucedió. La propuesta es que Carrillo Prieto determine por qué Rafael Márquez metió la mano donde no debía. O por lo menos que encuentre a la selección ganadora. ¿Qué no?
 

¿Mejor?, imposible
Un estudio del área de arqueología política contemporánea, del Chamanic Center, confirmó que las propuestas de los candidatos presidenciales están a un paso de lograr que nuestro país se convierta en un mundo feliz.
Sólo los escépticos critican las bondades de las maravillas que traen consigo las propuestas de campaña.
El senador Alfredo Reyes Velásquez, mejor conocido como El Mosco, hizo una de las mejores definiciones de las campañas presidenciales al equipararlas con una «subasta política», porque se trata de ver quién ofrece más.
De entrada nos han ofrecido bajar los precios de la luz, la gasolina y el gas; todos coinciden en que el próximo sexenio la inseguridad se acabará y que los malosos mojarán los pantalones.
Por si fuera poco, harán un sustancial recorte a los impuestos y sólo falta que alguien sugiera institucionalizar el salario de nueve mil a diez mil pesos para abajo por los beneficios que traerá consigo. Otros aseguran que el gobierno pagará las cuotas del IMSS a los patrones, en el primer año de trabajo de los jóvenes. Se suprimirán los impuestos a las colegiaturas -algo que festejaron los que tienen a sus hijos en escuelas oficiales-; tendremos un tren bala como el AVE español; n’hombre, desaparecerán los pobres de este país, habrá medicinas para todos y la ayuda a los viejitos será universal. Se construirán tantas viviendas que hasta podrán rentarse como tiempo compartido para los migrantes de otras partes del continente. Los indígenas serán más dignos que nunca.
Habrá tantos empleos que los mexicanos radicados en el exterior regresarán corriendo. Eso sí, nadie va a tocar a la industria de los energéticos.
El crecimiento del país no será menor al 7 por ciento -aunque usted no lo crea-, tendremos una nueva Carta Magna, la corrupción será una simple anécdota en el tiempo, la educación superior tendrá tanto apoyo que hasta construiremos nuestra propia estación orbital.
Sería bueno que las propuestas de todos los candidatos se sumaran y que todos se sentaran en la silla presidencial. De otra manera, en seis años estaremos recriminando el incumplimiento de las promesas.
Jesús Sánchez / Recuento Político / EL FINANCIERO

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