Confesiones de una máscara

mishima.jpg “Las últimas fotografías le muestran con el puño crispado y la boca abierta, con esa fealdad especial del hombre que grita o aúlla, un juego fisonómico que denota ante todo un esfuerzo desesperado para hacerse oír, pero que recuerda penosamente las imágenes de los dictadores y de los demagogos, sean del lado que sean, que desde hace medio siglo han envenenado nuestra vida.»

Así describe Marguerite Yourcenar* a Yukio Mishima, escritor japonés ( 1925-1970) que con el sepukku (suicidio ritual) puso fin su tormentosa y apasionada vida, no sin antes levantar revuelo con la toma del Ministerio de la Defensa y su encendido discurso a favor del imperio perdido durante la segunda guerra mundial.
En Confesiones de una máscara (1949)**, una de sus obras más representativas, el lector puede asistir al desarrollo de los pensamientos, cargados de angustia, soledad y reflexión del joven Kochan, que en su paso de la infancia a la adolescencia se encuentra un mundo complejo, no sólo porque vive una gran guerra que concluye con una sangrienta y humillante derrota, sino porque él debe “encajar» en una sociedad que lucha por mantener un estricto sistema de ancestrales reglas y valores.
Muy pequeño se da cuenta de su especial atracción por los varones, su sexualidad se desborda ante la aparición de muchachos fuertes y rudos, a los que en su imaginación somete a crueles torturas. Al mismo tiempo, recrea una y otra vez su propia muerte, siempre violenta.
Su callado amor adolescente por Omi, el chico más fuerte de su clase, lo hace ingresar en un torbellino de sentimientos encontrados.
“Lo menos que puedo decir es que mientras me encontraba en la escuela, principalmente durante una clase aburrida, no podía apartar la vista del perfil de Omi. ¿Qué más podía hacer cuando ignoraba que amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo? Para mí el amor sólo era un diálogo de acertijos sin solución. Y en lo tocante al espíritu de mi adoración, jamás imaginé que fuese algo que exigiera respuesta.

Lago salado

«Desde muy pequeño se da cuenta de que su pasión por los hombres se debe mantener callada, oculta tras una máscara. Mostrar sus preferencias sexuales al mundo no era una opción. Debía acallar el más mínimo gesto que lo delatara, mientras en su mente transcurrían mil y una imágenes contradictorias de sí mismo. Y esto ocurría al mismo tiempo que se desarrollaba la guerra.
“La guerra nos había conferido una exraña madurez sentimental… La vida nos parecía extrañamente efímera. Era exactamente como si la vida fuese un lago salado del que, de repente, se hubiera evaporado la mayor parte del agua, dejando la restante con tan alta concentración de sal, que nuestros cuerpos flotaban boyantes en la superficie. Como el momento de bajar el telón estaba ya cerca, cabía esperar que me entregaría con mayor diligencia todavía a interpretar el papel de máscara que a mí me había asignado. Pero mientras me decía que mañana –mañana mismo sin falta—comenzaría mi viaje en la vida, demoraba ese viaje día tras día, y los años de guerra discurrían sin el menor indicio de haber iniciado aquel camino…
“La guerra me producía un placer infantil y, a pesar de la presencia de la muerte y de la destrucción alrededor, no había modo de que se extinguiera aquel sueño en virtud del cual me consideraba fuera del alcance de las balas. Incluso me estremecía de placer, de un extraño placer, al pensar en mi propia muerte. Tenía la impresión de ser el propietario del mundo entero. Y no es sorprendente, ya que en ningún momento estamos en una tan completa posesión de un viaje, hasta su último tramo, su última curva, como en el momento que lo preparamos. Después de los preparativos, sólo queda el viaje, que no es otra cosa que el proceso mediante el cual lo perdemos. Por eso, los viajes son absolutamente infructíferos.»

Monstruosa nada

Su paso por la fábrica de aviones militares es motivo para una reflexión demoledora.
“Esa gran fábrica funcionaba sobre una misteriosa base de costes de producción. Haciendo caso omiso de la norma económica según la cual la inversión de capital debe producir un beneficio, estaba consagrada a una monstruosa nada. En consecuencia, no debemos sorprendernos de que todas las mañanas los trabajadores tuvieran que recitar un juramento místico. En mi vida he visto fábrica tan extraña. En ella, todas las técnicas de la ciencia y de la dirección de empresas, aunadas al pensamiento de excelsos cerebros exactos y racionales, estaban consagradas a una sola finalidad: la Muerte. La fábrica producía el avión de ataque modelo zero que utilizaban las escuadrillas suicidas, y causaba la impresión de estar consagrada un culto secreto que se desarrollaba envuelto en un atronador sonido, en gruñidos, chillidos y rugidos. No podía comprender que aquella colosal organización pudiera funcionar sin el acompañamiento de una especie de grandilocuente religiosidad. Y realmente, la fábrica poseía grandeza religiosa, incluso en el modo de engordar los sacerdotales directores, especialmente por la barriga.
“De vez en cuando, las sirenas que anunciaban un ataque aéreo indicaban la hora en que esa aberrante religión celebraba su misa negra.»
Simultáneamente con los bombardeos en las ciudades, Kochan va por el mundo con su máscara, soñando en que esa es su verdadera identidad y la otra, su homosexualismo, es la falsa.
“Las personalidades románticas están penetradas de una sutil desconfianza hacia el racionalismo, y eso conduce, a menudo, a ese acto inmoral que se llama soñar despierto. Contrariamente a lo que se cree, soñar despierto no es un proceso intelectual, sino un modo de huir del intelectualismo…»
En su drama de identidad, la guerra es la única compañera tangible.
“Los objetivos de los aviones habían cambiado y las víctimas de los bombaderos eran pequeñas ciudades y pueblos. Parecía que, de repente, la vida hubiera dejado de correr todo género de peligros. Entre los estudiantes dominaba la opinión de que debíamos rendirnos.»
Kochan no podía creer en que pronto se llegaría a la paz, pero tampoco estaba a favor de los fanáticos de la guerra. “En realidad, igual me daba que la guerra terminara en victoria o en derrota. Lo único que deseaba era comenzar una vida nueva.»
Al enterarse de la destrucción de Hiroshima, supo que había llegado el momento final. “La gente decía que la próxima bomba atómica la arrojarían en Tokio… La gente había llegado ya a los últimos límites de la desesperación, e iba a todos sus asuntos con gesto alegre. Pero nada ocurría. En todas partes imperaba un ambiente de excitada alegría. Era como si uno siguiera hinchando a soplidos un globo de juguete, ya muy hinchado, y se preguntara: ¿Estallará ahora? ¿Y ahora? Sin embargo, a pesar de que esperábamos que algo ocurriese de un momento a otro, nada ocurría. Esa situación duró casi diez días. Si hubiese durado más, el único camino habría sido la locura.»
Cuando al fin se produce la vergonzosa derrota japonesa, Kochan sólo piensa en lo que significa para él: comenzar al día siguiente la “vida cotidiana» propia de todo individuo miembro de una sociedad. “Y con sólo pensarlo me eché a temblar.»

*Mishima o la visión del vacío. Marguerite Yourcenar, Seix Barral, 2003 (Primera edición: 1985)
**Confesiones de una máscara. Yukio Mishima, Espasa Calpe, 2005.
Perla Oropeza

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