La Violencia en México

Manuel Ávalos, politólogo, para El Rincón del Chamán.

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El asesinato a mansalva de los alcaldes de San Juan Chamula, Chiapas, Domingo López González y de Pungarabato, Guerrero, Ambrosio Soto Duarte, de nueva cuenta abofetea al país, nos recuerda la vulnerabilidad institucional que vive la República y la violencia que ha deteriorado la vida social de muchas zonas del territorio nacional.

Más allá de las explicaciones oficiales y no oficiales, la escalada de la violencia se incrementa principalmente desde el año 2007, cuando el gobierno de Felipe Calderón, decide aumentar notablemente los recursos para combatir el narcotráfico, generado “daños colaterales” que decía la “narrativa gubernamental” que suman miles de muertes y desapariciones.

Para recuperar la memoria del fenómeno de la violencia en México que amenaza con volverse parte de los usos y costumbres, conviene rescatar algunos elementos de una espléndida investigación sobre el origen de la violencia en México, de la antropóloga social María Elena Azaola, quien ha dedicado mucho tiempo para explicarnos qué no ha hecho el Estado mexicano para frenar la irrupción sangrienta de los últimos años que ha deteriorado seriamente la vida social e institucional de muchas regiones del país.

Las razones por las cuales la confrontación entre los cárteles del narcotráfico y el Estado que han llevado a una irrupción sangrienta que ha lastimado dramáticamente al desarrollo del país y ha puesto en crisis la seguridad de millones de ciudadanos y prácticamente la desaparición de las autoridades civiles locales de muchos municipios.

La doctora Azaola advierte en su investigación que México no es el único ni el más violento de los países que han atravesado procesos similares, pues se ubica en un nivel intermedio de violencia en la región latinoamericana, con países con problemas paralelos de narcotráfico y pandillas como Colombia, El Salvador y Guatemala, incluso éstos tienen o han tenido tasas de homicidios muy superiores al nuestro.

Sostiene que hay tres factores o argumentos que explican los actuales niveles de violencia: a) una herencia de un México ya violento; b) un debilitamiento de las instituciones del Estado Mexicano y una serie de políticas desacertadas, y c) un conjunto de debilidades sociales que se constatan en los altos grados de marginalidad, pobreza y falta de inclusión social. Es decir, estas tres causales se sintetizarían como herencia, debilidad institucional y políticas sociales deficientes.

Estas argumentaciones chocan con otras visiones, como aquella que señala que la violencia la genera el Estado a través de sus fuerzas de seguridad. A pesar de tener el monopolio de la utilización de la violencia legítima, las policías y las fuerzas armadas suelen excederse en el uso de la violencia. Esta percepción de abusos en el empleo de la fuerza lleva a sus críticos a revisar la legislación, los informes y datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y a construir un «índice de letalidad» que permita dimensionar la magnitud y la tendencia en el uso excesivo de la violencia estatal.

La lucha por la distribución de un creciente mercado interno de droga, de extorsión, de robos y secuestros parece haber creado una «industria del delito» que recluta a jóvenes con escasas esperanzas de movilidad social, que tiene una estructura atomizada, y sostiene una lucha descarnada y sin límites por las ganancias.

“Es muy probable que muchos de los muertos y heridos de la violencia en México no tengan relación directa con la lucha por las plazas o las rutas de la droga, sino que resulten de la proliferación de armas, de la desaparición del Estado y de la disponibilidad de «ejecutores» privados o grupales. Aunque desde luego hay mucha violencia entre bandas por el control territorial, el desencadenamiento de la violencia seguramente se propaga a otras esferas de la vida cotidiana”, destaca la doctora Azaola.

En realidad, México no había resuelto eficazmente su debilidad institucional. Su tejido social arrastra deudas históricas no saldadas. Un pasado violento y el creciente negocio del delito fueron desnudando al país, no había solucionado conflictos y tensiones posrevolucionarias, sólo las había desplazado o administrado con esquemas informales, concluye la investigadora.

Foto de portada: Crónica Chiapaneca, Daniel Flores Meneses (Cortesía)

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