La lealtad política

Manuel Ávalos, para El Rincón del Chamán.

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En los días previos a la presentación del informe de gobierno existe una costumbre entre la clase política mexicana de desplegar una campaña de filtraciones sobre supuestos cambios en el gabinete presidencial, utilizando para ello a “medios amigos”, columnistas, articulistas y demás voceros oficiosos, que bajo el argumentos de tener fuentes confidenciales o exclusivas, llenan sus espacios y contenidos con rumores, especulaciones y elucubraciones, que en realidad sirven para cuestionar a los secretarios de Estado y demás funcionarios de primer nivel que son considerados parte del círculo cercano del Jefe del Poder Ejecutivo.

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En la medida que nuestro sistema presidencialista ha ido debilitándose, particularmente a partir del presente siglo, la confianza y la lealtad personales que eran un rasgo predominante y significativamente importante en el liderazgo político del Presidente de la República, se ha visto vulnerado en forma acelerada en los tiempos recientes.

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Hace más de 40 años, el mexicanólogo norteamericano Roderic Ai Camp, al estudiar la cultura política mexicana en “Los Líderes Políticos de México”, documenta los vínculos entre el sistema educativo con el reclutamiento político en nuestro país, y al estudiar las élites y la estructura del poder político en México desde la época posrevolucionaria, el investigador de la Universidad de Iowa concluye que el personalismo, las familias burocráticas y la cooptación política son muestra de la importancia de la lealtad sobre otras características personales como puede ser la orientación ideológica.

Recordar este trabajo académico, cuyas fuentes documentales fueron esencialmente a través de cartas personales a los líderes políticos mexicanos y a la vinculación educativa y familiar de los miembros de las élites, puede resultar interesante en momentos en que las organizaciones partidistas en México, están inmersas en procesos internos de sus liderazgos nacionales convertidos en frentes de batalla casi tribales, que en circunstancias “normales” de la vida partidaria significaría una gran oportunidad de renovación y fortalecimiento de sus estructuras y liderazgos.

Estamos viendo escenarios en los cuales los partidos más importantes en México no parecen ir por ese camino, sino por el contrario, los procesos internos para renovar sus liderazgos nacionales se han caracterizado por la confrontación y la demostración pública de deslealtades a sus líderes, corrientes o tribus, que corren los riesgos de alcanzar fracturas de pronósticos impredecibles.

En el caso del PAN, la virulencia entre anayistas, maderistas y calderonistas, por el control del partido o de la franquicia, vuelve a meter al panismo en una crisis que parecía superada con los recientes éxitos electorales que los vuelve a catapultar hacia la Presidencia de la República.

Después de pasar el trago amargo de la pérdida de la Presidencia de la República en el 2012, el panismo parecía que superaba el shock que representó la contienda interna entre los grupos liderados por los expresidentes de la República por el control del partido. Los últimos acontecimientos entre los grupos panistas con su dirigencia nacional y los expresidentes de la República, evidencian que los agravios no se han superado y amenazan con salpicar de lodo la carrera parejera por la candidatura presidencial que llevan Margarita Zavala y Ricardo Anaya.

En el caso de la izquierda, mejor dicho del PRD, desde su fundación misma esta organización no había podido consolidar una vida institucional por su conformación de grupos o de “tribus”, es decir, seguir conduciéndose como un movimiento político que le había impedido, incluso, poder renovar su comité nacional de manera normativa y estatutaria.

Empero, el trabajo político que ha realizado Miguel Mancera en estos últimos años no es desdeñable, pero tampoco ha sido sencillo o terso, porque los embates de los grupos y de las tribus que se sienten propietarias de las estructuras territoriales del PRD han tratado de regatear su apoyo o medir su fortaleza política.

Dos delegaciones estratégicas electoralmente como son Iztapalapa y Gustavo A. Madero serán claves para el éxito o fracaso del proyecto del actual Jefe de Gobierno. En el caso de Iztapalapa, Mancera tiene un fuerte aliado en el grupo de ADN, liderado por el ex alcalde de Netzahualcóyotl y ex secretario general del PRD, Héctor Bautista, quien tiene una importante influencia territorial en la delegación política más grande de la CDMX y en los municipios mexiquenses del oriente.

No obstante, no hay que olvidar que el desmembramiento de una parte de la organización del PRD y de su principal activo, el ex candidato a la presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador con Morena, amenaza con desfondarlo, principalmente en su bastión principal, que es la Ciudad de México.

Finalmente, en el caso del PRI, la crisis interna provocada por la derrota de siete gubernaturas en la etapa de consolidación de un gobierno de la República, a inicios de la segunda mitad de su gestión y un escenario económico adverso, complica el proceso de sucesión sexenal.

Pero quizá el entuerto más complejo a resolver del priismo es la manera de frenar el “tufo” de ruptura que se percibe y se alienta principalmente en un sector mediático, que sistemáticamente cuestiona y corroe la imagen de un gobierno lento en reaccionar y torpe en resolver.

El viejo pero eficiente método de aplicar el “sistema de compensaciones” que el anciano régimen utilizó por 71 años para resolver las diferencias entre las facciones y los grupos del poder priista siempre es una tentación y una posibilidad, sobre todo cuando el riesgo de volver a perder la Presidencia de la República pueda ser altamente probable.

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