¿Por qué Obregón y no Churchill?

Andrés González, periodista, para El Rincón del Chamán.
Por qué Enrique Peña Nieto no hizo su tesis sobre Winston Churchill en lugar de Álvaro Obregón, el de los cañonazos de 50 mil pesos, el de la antidemocracia.

Tal vez se le perdonaría que copiara al primer ministro inglés. Al menos algo se le habría pegado sobre lo que debe hacer un auténtico estadista: no rendirse ni temer ante la amenaza totalitaria y demagoga.

A las voces que desde dentro y fuera de la Gran Bretaña le pedían negociar con Hitler, Churchill se mantuvo firme en no buscar nuevos acuerdos con la Alemania nazi, luego del fracaso del Acuerdo de Munich de 1938.

Fue él quien denunció el peligro nazi. Advirtió de la ceguera de británicos y europeos, que no veían o no creían ver la verdadera amenaza que crecía imparable en su contra.

Churchill, era el estadista. Ante la adversidad del peligro inminente ante un enemigo muy superior, supo ser optimista –“no parece muy útil ser otra cosa”, reiteraba-. Y lejos de acobardarse, le habló directo a su pueblo (en un 10 de mayo, día muy especial para México) y le advirtió que estaba ante un escenario de “sangre, sudor y lágrimas”, en el que, insistió, “estamos solos”.

El resultado de la historia es por demás conocida…

Quizá por eso habría sido mejor que Enrique Peña Nieto escribiera su tesis universitaria sobre Churchill. En el copy-paste algo habría asimilado, por lo menos aquellas palabras de Churchill, que afirmaba: “ante la adversidad, el precio de la grandeza es la responsabilidad”.

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Pero no ha sido así. Peña Nieto, a instancias de su mago de cabecera (que así como aparecía, desaparecía cifras alegremente. Si no, véanse sus metas y pronósticos), LuisVirreygaray, invitó a México al payaso fascista Donald Trump, convirtiendo así en una gran carpa la residencia oficial de Los Pinos.

De nada valieron los insultos, amenazas y burlas y toda clase de actitudes xenófobas contra los mexicanos. Después de esa incomprensible reunión, algunas encuestas internas del PRI, ubican la aceptación de Peña Nieto en un diez por ciento de aceptación. Hasta los suyos lo abandonan.

Trump vino, impuso su agenda, reiteró su discurso e insistió en su muro. Y más, advirtió que reformará la relación comercial con México, sobre todo el Tratado de Libre Comercio, advertencia que de inmediato el gobierno mexicano la “compró”, y de paso le dio una estocada al Acuerdo de Asociación Transpacífica.

 “Le dije que México no pagará el muro”, insistió Peña Nieto, pero cuando ya aquél se aprestaba a proclamar su discurso anti mexicano en Arizona. No lo dijo en Los Pinos, en donde por el contrario, se le dio a Trump un trato de jefe de estado.

El primer error fue invitarlo. Y el segundo, no asumir una posición firme y contundente. Es como si Churchill (en su realidad de entonces), le hubiera rogado a Adolfo Hitler visitar Londres.

En el despeñadero, habría que preguntarse si Trump representa la herencia de Juan Calvino, quien desde Ginebra “revelaba” que “dios ha elegido a determinados pueblos para reinar sobre el conjunto de su creación”. O de lo que decía el texto fundador del racista Estado Libre de Orange (hoy Sudáfrica), que estipulaba que “solo los blancos son ciudadanos de la república… la nación no reconoce ninguna igualdad entre los blancos y los indígenas”.

Al final, el racismo de los “elegidos por dios” cedió. Tras pasar alrededor de diez mil días en la cárcel (liberado en febrero de 1990), Nelson Mandela da un ejemplo de dignidad y valentía, en defensa de su país y su pueblo. Mucho se le recuerda cuando reiteraba: “perder el sentido del tiempo es la forma más fácil de perder todo sentido de la realidad, e incluso de perder la cabeza”.

En este miércoles negro 30 de agosto, se vio a un presidente mexicano sumiso, sin energía, que respondía a las bravatas de Trump, de manera tibia, más bien temerosa. “Fueron malinterpretaciones”, respondía sobre los constantes insultos y amenazas del republicano.

Mientras que a los demócratas los dejaba maltratados, a los migrantes ofendidos y preocupados, y a todos los mexicanos indignados.

Finalmente Trump hizo de las suyas. Y Hilary Clinton desdeñó la invitación, para ella es más importante su campaña que reunirse con Peña Nieto.

“Fue un éxito tremendo”, exclamó el neoyorquino, al enterarse que el presidente mexicano no sólo le ayudó a detener la caída en las encuestas, sino que algunas hasta lo ponen ya por encima de Hilary Clinton. Y al enterarse de la salida de LuisVirreygaray, Trum celebró: “Ha sido una gran victoria… personas que arreglaron el viaje han sido sacados” del gobierno mexicano.

Quizá por eso la revista The Economist calificara a los colaboradores del presidente mexicano (léase a Virregaray, el principal) de incondicionales pero no brillantes (aunque el secretario de Hacienda insistía en que la invitación a Trump fue una decisión “inteligente”). Y advertir que si Clinton gana, no va a agradecerle a Peña por esto. Y si Trump logra el triunfo, los mexicanos no le perdonarán a EPN, ni a su partido… como tampoco el resto del mundo.

Esto, subraya, es lo indecible y lo inexplicable. O como advirtiera hace unos meses la revista inglesa: “No entienden que no entienden”.

Aunque Peña, ante los cambios en su Gabinete, volvía a insistir en que “no han entendido en su justa dimensión” la invitación a Trump. Con el tiempo, subrayaba, “se entenderá”.

Ante ello, y a pesar de los cambios, qué queda: Difícilmente poco, porque la tendencia de empeorar los problemas y de inventar o generar nuevos no tiene freno. Y eso sí es como ir al despeñadero.

Pareciera que un gobierno que acude a la historia sólo cuando le conviene, se le olvidó Vicente Guerrero, con su proclama de La patria es primero. O como diría Pedro Ángel Palou, en su novela Pobre patria mía, que se adentra en la mente de Porfirio Díaz y al darle voz exclama: “el político que no se levanta solo no es digno de respeto, el pueblo lo abandona”.

Y ya están a punto de lograrlo…

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