De memoria: La ley y la trampa

Por Carlos Ferreyra Carrasco, periodista.

Texto publicado el 24 de noviembre de 2016…

Trabajé diez años en el Senado en una posición en la que pude observar además del comportamiento de los legisladores, los convenios y acuerdos que se manejaban, digamos, tras bastidores, pero que eran informados cumplidamente.
Nada que ver con lo que pasa hoy cuando, por ejemplo, para asignar la Medalla Belisario Domínguez, se reparten el supuesto privilegio por turnos; un partido un año, el siguiente se cede a otro partido y en la tercera entrega el más insignificante de los tres grandes puede endilgársela a algún cuate que sea más o menos destacado en su grupo político.
Nada de servicios a la Patria o a la Humanidad, no… eso son patochadas que inventaron no se sabe quiénes. Y que se respetaron todavía durante el último año del priato pasado. Llegaron los azules, y se convirtió en un desorden gracias al abierto divorcio entre legisladores y mandatario. En lo que va del renovado gobierno tricolor, concretaron las transas mencionadas.
Antes, se acumulaban hasta 300 propuestas que iban desde la base, el más humilde de los seres humanos que había descollado por alguna cuestión importante, hasta quienes mencionaban a su madrecita por haberlo tenido y haberlo educado y haberlo mantenido y haberlo…


Aún así, se mantenía incólume el prestigio y el respeto por la medalla que recordó a un senador chiapaneco al que atribuyen un texto en tribuna contra el asesino Huerta, que ya había mandado matar al presidente constitucional Francisco Madero y a José María Pino Suárez.
Bueno, de hecho don Belisario no leyó nada porque no le dieron la oportunidad, pero su material cayó en las manos de una hermosa y joven linotipista, María Hernández Zarco, que sin dudar transcribió el discurso y lo procesó para hacer un folleto que circularía profusamente.
Cuando se instituyó la presea se pusieron reglas muy concretas, entre ellas la de no otorgarla a personas fallecidas. Se rompió la regla cuando se impuso, por ejemplo, a don Raúl Miguel Hidalgo Madero, padre del entonces senador Francisco Madero; falleció en octubre de 1982, cuando le adjudicaron la medalla que recibió su hijo.
Hubo varias asignaciones cuestionadas, una de ellas, la de Fidel Velázquez Sánchez al que con toda la carga de desprestigio por su labor como dirigente sindical, terminó por aceptarse que se trataba de un reconocimiento justo a quien en décadas mantuvo la paz social desde la trinchera de los trabajadores.
Con el desgarriate que empezó con el panato en 2000, la medalla Belisario Domínguez sufrió desdenes y rechazos que motivó a los senadores a establecer los turnos para priistas, panistas y perredistas en su imposición. La anterior, fue entregada a un empresario sin mayores méritos en tarea que hubiese mejorado el bienestar, la vida y la paz de los mexicanos. Como algo destacable se mencionó una escuela de estudios superiores de su propiedad que no es sino eso, un negocio educativo de gran éxito.
Resulta que la imposición a Gonzalo Rivas en lugar de provocar una gran alegría, ha causado desazón entre quienes conocimos el heroico acto del joven empleado de la gasolinera. Un acto de valor inconmensurable y sin parangón en épocas de paz, queno era reconocido mientras desataban ridículas controversias en las que se decía, en el colmo de la incongruencia, que se trataba de usar a una víctima para victimizar a los ayotzinapos o sea, a quienes lo mataron.
Se hizo la ceremonia, la medalla se entregó a la madre del joven ingeniero y todo hubiese parado allí, si no es que una sola línea llamó mi atención entre los documentos del Senado. Ya se sabe, el que hace la ley, hace la trampa.
Y la trampa está en que se otorgó la medalla “en grado de post mortem”, clasificación inexistente y que permitirá a los listos que conforman la Cámara Alta, pensar en los cuates que estaban quedando fuera. Los panuchos han insistido en la entrega a los familiares de Manuel J. Clouthier, su héroe electoral emblemático.
Y parece que lo van a lograr…


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Fotos: Tomadas de Internet.

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