En Nicaragua existe un caudillismo absoluto y matrimonial, que es lo peor: Sergio Ramírez Mercado

Por Alberto Carbot / periodista / Entrevista exclusiva I de II partes.

El escritor dedicó el premio Miguel de Cervantes «a los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República.»

Daniel Ortega y su esposa se apropiaron del poder, eso nunca estuvo en el proyecto original de la Revolución.

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El Premio Miguel de Cervantes, que desde 1976 reconoce la obra de los más connotados escritores de Latinoamérica y España, cuya contribución al patrimonio cultural haya sido decisiva –y que en términos coloquiales se considera como el Nobel español de literatura–, le será entregado hoy lunes, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, al notable literato nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, de 75 años, como justo reconocimiento a una larga carrera en las letras, que inició a los 14 años, en 1956. Esta es una entrevista exclusiva con el periodista Alberto Carbot, director de La Revista de México/Gentesur 

Conocí a Sergio Ramírez en Nicaragua, a mediados de los años 80, durante mi época como enviado especial a Centroamérica del diario UnomásUno, que dirigía Manuel Becerra Acosta, cuando precisamente el literato y también periodista fungía entonces como vicepresidente del gobierno sandinista que encabezaba Daniel Ortega, cargo que ejerció de 1984 a 1990.

Siempre me sorprendió la afabilidad e inteligencia del doctor en Derecho, graduado en León y originario de Masatepe, Masaya. Al paso del tiempo mantuvimos esporádico contacto y hace algún tiempo hubo oportunidad de reencontrarnos en su casa la periodista Silvia Cherem –una de las grandes amigas de Sergio Ramírez–, en el que también estuvo presente su esposa Gertrudis Guerrero Mayorga «Tulita»

“Fue con ella que publicó su primer libro, y ella fue quien anduvo de puerta en puerta vendiéndolo, mientras él no hallaba dónde esconderse de la pena”, comenta el poeta y escritor Francisco Javier Bautista Lara.

Al premio Cervantes, el notable literato, en plenitud de madurez como novelista y ser humano y entregado de lleno a su oficio, lo considera especialmente “un estímulo para impulsar y proyectar cada vez mejor hacia el mundo a la literatura nicaragüense y centroamericana –sobre todo la que escriben los jóvenes que son la gran promesa del futuro–, tal como yo lo he venido haciendo a través de la revista Carátula y del Encuentro Centroamérica cuenta. La cultura es parte esencial de nuestra vida diaria”, estima Sergio Ramírez.

Con más de 7 décadas de vida, mantiene inalterable su legendaria actitud de hombre caballeroso y sereno y una rutina muy especial, que sólo contraviene para atender algunos asuntos específicos, pues dedica casi todas las mañanas a escribir y se aísla del mundo para cumplir con sus tareas.

¿Cómo inicia habitualmente su día?

“Bueno, yo comienzo a las 8. Después del desayuno me voy a mi estudio, me encierro y comienzo a escribir hasta la una. Aquí en Nicaragua almorzamos temprano; la comida es a la 1 y media. Y en la tarde regreso al estudio pero ya para otras cosas; para revisar correspondencia, para entrevistas, para lo que salga, ¿no?  Pero en las mañanas solamente escribo, y los sábados, cuando me toca, pues lo dedico a escribir los artículos de prensa”.

Muy lejos están aquellos tiempos en que el joven escritor Sergio Ramírez presuroso e impaciente, marchaba hasta las imprentas donde recogía las pruebas de las galeras de sus trabajos y directamente hacía la corrección de sus textos, sin pasar por la máquina de escribir.

¿Graba o escribe sus textos?

Escribo, porque grabar se vuelve un acto un poco impúdico; que alguien esté oyendo lo que estás grabando. Ahora, con el teléfono celular, la gente se olvida que la están escuchando. Y en los aviones uno oye en los altavoces las conversaciones más íntimas que te puedas imaginar.

Entonces, eso de estarse dictando a uno mismo –máxime si es narrativa–, es algo bastante íntimo. Por eso yo prefiero escribir en el block de notas del teléfono, y como ya se sincroniza con la PC, pues ya resulta muy fácil y cómodo –señala.

En Masatape –el autor de más de 30 libros, centenares de ensayos y ganador de una veintena de premios–, ha patrocinado varios talleres de música y literatura. Personalmente encabeza dos veces al año un par de talleres en los que participan 20 o 25 aspirantes, a los que Sergio Ramírez de propia mano, corrige sus trabajos.

Ha dicho que “escribir no es hablar de la escritura, sino ponerse sobre la escritura”.

Sí. Yo se lo digo sobre todo a los jóvenes. Tengo aquí dos talleres literarios, con muchachos que seleccionamos de las candidaturas que se presentan en mi natal Masatepe –donde creamos una fundación que lleva el nombre de Luisa Mercado, mi madre– y establecimos una escuela de música y una biblioteca. Doy ahí dos talleres al año, y hablo con los jóvenes.

Y siempre comienzo por decirles eso: que uno no debe desperdiciar las ideas narrativas contándolas, porque cuando uno cuenta algo que quiere escribir, se lo lleva el aire; lo está desperdiciando, lo está malversando. Que si uno tiene una idea narrativa, pues hay que anotarla y escribirla y hacerse de ella y ponerla, dejarla allá como una  reserva futura. Sí, porque escribir es escribir, aunque parezca una perogrullada.

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En sus inicios como escritor decía que se avergonzaba de su primer texto que le publicó el suplemento del diario “La Prensa”, pero yo no creo que hoy pueda volver a decir lo mismo de alguno de sus trabajos ¿o todavía le llega a ocurrir?

Ríe largamente y exclama: Lo que pasa es que  yo tengo cierto miedo de volver a leer lo que ya está publicado, porque está la tentación irresistible de decir: `esto lo pude haber escrito mejor o aquí hay un error que no me fijé´, y eso es como asomarse a un abismo.

Entonces yo pocas veces leo lo escrito o lo ya publicado. Después del trabajo intenso que conlleva el preparar un texto –muchas correcciones, hasta las finales, que es como soplar el polvo que queda entre los renglones, ya que no tenga mácula el escrito, que es lo que yo pienso, por lo menos ¿no?–,  una vez que yo aprieto el botón de enviar, ya me desatiendo.

¿Cuántas cuartillas escribe a diario?

En borrador, puede ser que llegue a escribir cuatro o cinco, tal vez seis. Pero eso es un trabajo en bruto. Puede ser que de eso quede finalmente una, tal vez dos, o no quede nada. Eso, después del trabajo de edición y de corrección que uno va haciendo. Y es como la pintura; esa es la base. Luego viene la primera capa y la segunda; hasta que la  textura se va engrosando y ampliando y va tomando los colores que debe tomar.

Por eso, cuando escribo –sobre todo las novelas–, voy guardando los borradores. No sé, desde hace muchos años me surgió esa costumbre de numerar los borradores en archivos distintos, y puede ser que yo necesite cinco o seis borradores, hasta llegar al definitivo. Utilizo la PC es un auxiliar importante, esencial. Yo comencé a usarla prácticamente desde que nacieron los procesadores de palabras. Desde 1983 o 1984 tuve aquí en Managua mi primer procesador de palabras –dice.

Invariablemente, la conversación conduce al tema central de su vida política y literaria. Todavía recuerda con nostalgia su exitoso itinerario en la arena política nicaragüense.

¿Por esos años ya formaba usted parte del gobierno sandinista?

Sí, ya era vicepresidente. Yo fui electo vicepresidente en el 84 y fue entonces cuando yo decidí retomar la escritura, porque si no, dejaba de ser escritor. Tenía ya 10 años de no escribir nada, tomando en cuenta el período para el derrocamiento de Somoza y luego los primeros años del gobierno.

Entonces –como yo sabía que tenía un plazo fijo, que era de 6 años–, decidí que tenía que tirarme al agua, cualquiera que fuera la intensidad de la corriente. Y lo que hacía era levantarme de madrugada para poder escribir “Castigo divino”. Escribía hasta las 7 o las 8, porque después tenía que cumplir con mi trabajo; era muy imprevisible lo que iba a ocurrir en el día, y entonces podía ser que yo regresara a mi casa, dependiendo lo que el día trajera. Ahí me hice de esa disciplina. Eran las circunstancias más difíciles que yo he atravesado nunca.

“Castigo divino” habla de la guerra y de todo lo que estaba ocurriendo en Nicaragua. Es compleja en cuanto a la estructura, y todo lo que lleva. Y bueno, ahí está la prueba de que uno es escritor cuando quiere serlo, cualesquiera que sean las circunstancias.

¿Todo el tiempo?

Pues sí, en cualquier circunstancia. Y vivo en estado de gracia, porque sólo escribo. Tengo el día para mí y la escritura, y mi dedicación exclusiva. Pero ese no es un requisito sine qua non para ser escritor. Es una aspiración; un deseo que cualquier escritor espera que se le cumpla algún día. Empero, mientras tanto, hay que apañarse con lo que traiga la vida, porque uno puede ser zapatero, ingeniero, médico u office boy, pero siempre tendrá que sacar el tiempo para escribir.

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“En muchos sentidos, quizá mi carrera de novelista –que me ha permitido estar en este oficio por más de 50 años–, se la debo al respaldo moral de mi padre, Pedro Ramírez, quien quiso apartarme de la tradicional vocación familiar de músico”, asegura el escritor nicaragüense y ganador del Premio Miguel de Cervantes. El literato afirma que en su país existe hoy “un caudillismo absoluto y matrimonial” y sobre Venezuela opina que “es un proyecto fallido; creo que Nicolás Maduro va a quedarse ahí hasta que el país esté completamente en escombros. Venezuela hoy es una ruina total”, dice.

Alberto Carbot / periodista / Entrevista exclusiva II y última

¿Durante la Revolución Sandinista llegó usted a disparar alguna vez un arma?

No, yo siempre fui lo que fui. Cuando a mí me tocó estar escondido –no me gusta usar la palabra clandestino–, yo pasé 6 meses, a salto de mata, de una casa a otra en 1978 y sabía que de nada me valía andar encima un arma, porque yo no sabía disparar. Y cuando triunfó la Revolución tampoco me disfracé de guerrillero. Sin embargo, muchos que nunca habían “volado” un solo tiro, aparecieron disfrazados, vestidos de verde olivo. Yo seguí siendo un civil, que es lo que realmente era.

Nunca me atrajo a mí el olor militar; de ser militar, que era la moda también. Si no andaba de verde olivo, la gente se sentía menos ¿no? Yo creo que en una Revolución participan distintos tipos de personas, y a los intelectuales generalmente les va mal frente a los militares; eso a lo largo de la historia de América Latina es una lección, a menos que el intelectual sea militar al mismo tiempo –exclama.

Sergio Ramírez –padre de tres hijos, Sergio, María y Dorel y abuelo de ocho nietos: Elianne, Carlos Fernando, Camila, Alejandro, Luciana, Andrés, Carlos y Mariana–, refiere que desde su perspectiva como escritor, las circunstancias políticas se vuelven acosantes. “En Nicaragua y en América Latina las situaciones son siempre anormales. Quisiéramos remediarlas, pero lo mismo pasa con la escritura y por eso los temas de la literatura son recurrentes, y no sólo en mí” dice.

En la actualidad, en América Latina –por lo menos en estos últimos 5 o 6 años–, no hay un gobierno militar abiertamente declarado. En el pasado los militares estuvieron presentes en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y en ciertas naciones del Cono Sur…

Los militares en algunos casos, siguen detrás, porque saben que salir abiertamente de los cuarteles, no les conviene. Es decir, los uniformados no serían tolerados frente a una pantalla de televisión, hablando de combates, violencia y sustitución de gobiernos civiles; eso no lo toleraría nadie. Como que el mundo se está vacunado contra eso.

¿Qué opinión personal tiene sobre el gobierno de Venezuela?

Creo que desde hace mucho tiempo, que es un proyecto fallido y que la muerte de Hugo Chávez vino a empeorar la situación. Entonces, un gobierno con una inflación galopante, un desabastecimiento tan terrible –con el 80 por ciento de las fábricas cerradas y la producción de petróleo por los suelos–, para empezar, es un gobierno ineficaz. Es decir, ya probó que no puede, y cuando alguien no puede, debe ser sustituido por otro. Pero eso no va a ocurrir.

Yo creo que Maduro va a quedarse ahí hasta que el país esté completamente en escombros, que es lo que está pasando. Venezuela hoy es una ruina total.

Y usted como ex integrante del gobierno –estrictamente en el caso de Nicaragua–, ¿cómo ve a sus antiguos compañeros, a Daniel Ortega, que sigue encabezando la presidencia?

Bueno, lo que pasa es que de lo que fue el Frente Sandinista en los años 80, a lo que es hoy, hay una distancia abismal. De la mayoría de quienes fueron comandantes de la Revolución, son muy pocos los que sobreviven, y quizá tal vez uno apoye a Daniel Ortega. Los demás o están en la oposición o han pasado a ser figuras sin relevancia política. Entonces lo que ha habido aquí es una apropiación del poder por parte de Ortega y de su esposa Rosario Murillo; eso nunca estuvo en el proyecto original.

Aquí siempre se pensó en una dirección colectiva, equilibrada, sin caudillos absolutos y eso se rompió. Hoy existe un caudillismo absoluto y matrimonial, que es lo peor.

¿Mantiene algún tipo de relación con Daniel Ortega?

Pues ninguna, porque tenemos muchos años de no comunicarnos. Yo diría, quizá, de no vernos, más de 15 años. Y de no comunicarnos, 10, por lo menos.

¿Pero ahora que obtuvo el Premio Cervantes, hubo algún tipo de comunicación?

No, ninguna y eso sorprende a mucha gente, pero a mí no creas que me ha sorprendido mucho. Me pregunto, ¿por qué deberían llamarme? Quizá la única razón sería la obligación protocolaria.

Dijo que cuando le anunciaron que había ganado el premio había caído “en estado de gracia”. ¿Todavía sigue en estado de gracia?

Yo creo que sí. Esto dura sólo un año. Es como los reinados de belleza.

¿Qué sintió cuando le llamó el ministro de Cultura de España, para decirle que había ganado el premio Cervantes, considerado el Nobel de las letras españolas? 

Me sentí y me siento muy halagado. El sentirse halagado es el sentimiento natural más humano que hay. Sentirse feliz por saber que hay gente que también está compartiendo esa felicidad con uno, amigos de todas partes del mundo y gente de aquí; gente común y corriente, de la calle, que quizá nunca ha leído un libro mío,  pero que si uno va al supermercado o a la barbería, se pone de pie, te felicita y te dice que eres un orgullo nacional.

Esto es la prueba de que su abuela doña Petrona Gutiérrez –a quien el 2 agosto de 1956 le dio a leer su primera historia “La Carreta Nagua”–, publicada en el Suplemento Dominical del diario La Prensa tuvo razón en alentarlo a seguir en la carrera de las letras, a los 14 años.

Ah, sí. Ella compró el periódico y me mandó llamar para que yo le leyera el cuento…

¿Se lo leyó completo, en voz alta?

Bueno, creo que ni siquiera lo pude hacer, yo más bien salí huyendo; me sentía muy avergonzado, como si hubiera cometido algún tipo de falta. Yo provenía de una familia de artistas, por parte de mi padre.  Todos eran músicos, menos él, que quería que yo fuera abogado.

Mi abuelo era músico, y creo que había un orgullo en la familia; una especie de contradicción, porque la orquesta Ramírez –que dirigía mi abuelo–, era muy famosa en toda la región de la Meseta de los pueblos, donde yo nací. Pero al mismo tiempo, existía la decepción de que la música no daba para vivir.

Pero años después le llevó a su padre, don Pedro Ramírez el compendio de su primer libro de cuentos, en 1963, creo que usted tendría unos 20 años en esa época.

Sí, su reacción fue decirme que lo que seguía, era escribir una novela. En muchos sentidos, quizá mi carrera de novelista se la debo a lo que él me dio; a  ese respaldo moral, que me ha permitido estar en este oficio por más de 50 años. Es decirlo tan fácil, pero son tantos años de trabajo, tantos libros, tantos logros, y es un orgullo para Centroamérica y América Latina, hablándolo de esa manera –recuerda.

El autor de más de 30 cuentos y novelas traducidas a más de 20 idiomas, fanático del béisbol y apasionado de la política –quien con actitud reflexiva, parece como si escuchar fuese su oficio, más que la escritura–, reconoce que no sabe tocar ningún instrumento musical.

“Yo soy buen receptor de música y me gusta mucho escucharla –dice–, pero como productor de música no tengo la menor habilidad. Pero bueno, yo me siento muy contento y satisfecho de haber escogido este oficio. Pienso seguir insistiendo en ser escritor todo el tiempo que me queda por delante. Me gusta repetir que si bien no hay edad de retiro en la literatura, sí hay una tercera edad; uno escribe hasta el final, y es lo que yo pienso seguir haciendo”.

Por lo pronto, el premio Cervantes es uno más de los galardones que podrá colgarse en el pecho. El próximo paso será aplaudirle cuando desfile por la alfombra roja de Estocolmo…

¡Ah, bueno! Ese sería realmente el top de los tops –responde divertido el connotado escritor, orgullo de las letras hispanoamericanas.

Fotos: Alberto Carbot y otras tomadas de Internet.

Correo de contacto: [email protected]

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