Cuentos del Barrio

Manuel Pérez Miranda, director emérito de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, la más antigua de América Latina, presentó su libro “Cuentos del Barrio”, acompañado de Dolores Castro y de los periodistas Pilar Jiménez Trejo y Alberto Barranco Chavarría.

Aquí un acercamiento a las motivaciones del autor en una conversación con el periodista Alberto Carbot, director de la revista GenteSur. 

?Hace ni más ni menos que 72 años, me asaltó la vocación periodística ?me dice Manuel Pérez Miranda?. Yo tenía 16 y pertenecía a la agrupación Acción Católica Mexicana. Por esa época andaba en la iglesia de Santo Domingo, en Mixcoac, que todavía existe y entonces se publicaba una revistita de media carta ?que trataba de asuntos estrictamente eclesiásticos?, que me atraía mucho. Busqué a los editores y les dije que quería escribirles algo.

“Me preguntaron con qué quería colaborar y les dije que con un cuento. Lo aceptaron y fue lo primero que me publicaron, un relato que se tituló “Fantasía”. La historia se trataba de unos acólitos que pasan la noche en el convento, a instancias de que el sacristán les platica que hay muchos fantasmas que se aparecían en el lugar; de tal forma que ellos deciden quedarse y comprobar si ello es cierto. Le puse ese nombre, porque precisamente la fantasía se refiere a esas cosas que no existen, pero que uno imagina. 

? ¿Guarda algún ejemplar de ese cuento? 

Desafortunadamente no; quién sabe dónde quedó. Me hubiera gustado conservarlo, porque fue lo primero que me publicaron.

Pérez Miranda viste de forma muy casual un juego de ligeros pants; sudadera roja y pantalones azules. A diferencia del sol que en esta época del año golpea despiadada la angosta calle arbolada de la colonia Alfonso XIII en el viejo barrio de Mixcoac ?donde nació y ha vivido la mayor parte de su vida?, el calor disminuye ostensiblemente una vez sentados en la sala de su casa. Allí, la altura de sus techos o la distribución del espacio, someten la canícula y hacen descender algunos grados la temperatura.

Desde hace algún tiempo un problema óseo, que le impide moverse con soltura, mantiene en sosiego obligatorio al inquieto y entusiasta mentor de varias generaciones de periodistas.  El daño lo ha resentido profundamente el otrora gran bailador de pasodobles, que nunca se hacía del rogar al sólo escuchar los alegres acordes del popular “Silverio Pérez” de Agustín Lara, uno de sus favoritos.

Más que una entrevista, la conversación fluye con la confianza que nos dan los ya muchos años de relación familiar, esta vez en medio de las incursiones desenfadadas de la pequeña Nicole, mi nieta, que alegre juguetea por la estancia y a quien la gentil Tere Estrada Brito –la mujer con quien Pérez Miranda contrajo matrimonio el 3 de marzo de 1962 en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen (Monte Carmelo)?, se ha encargado de mimar y consentir.

Al director emérito de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, la más antigua de América Latina se le nota inquieto –hecho muy raro en él?, ante la proximidad de la presentación de su libro de narrativa. Ya en 1981 había publicado “La entrevista en prensa” que fue reeditada en 1986 y 3 años más tarde reimprimió la editorial Pablo de la Torriente en La Habana, Cuba.

También ha sido autor de “Origen de los géneros periodísticos y literarios. Breve historia de la crónica”. (Ediciones Septién, México, 2008) y “El parlamento de los pueblos. Historia de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García 1949–2011. (Ediciones Septién, 2a. ed. México, 2012).

?Su libro “Cuentos del Barrio” contiene cinco relatos condensados en 240 páginas.

Sí. “La mejor barbacoa”, “Operación quinceañera”, “Gancho al hígado”, “Zapatos bajo sospecha” y “Los fantasmas del convento”.

Todos me agradan de alguna manera en mayor o menor grado, pero debo confiarte que me sentí muy bien reescribiendo  “Gancho al hígado”, que tuvo su origen en datos muy concretos –aunque  ya no es propiamente el reportaje que publiqué originalmente en tu revista Gentesur?.  Este se convirtió  finalmente en una historia, que fue aderezada con mucho de mi imaginación.

Sin embargo, también disfruté escribir  “Los fantasmas del convento” ?casi una novela corta o un cuento largo?, que ocupa prácticamente la mitad del libro y por eso lo ubicamos al último. Todas esas historias tienen una base de realidad, pero consideré que les podía agregar cosas de cómo realmente me gustaría que hubieran sido; así se forjaron.

 “Los fantasmas del convento” forman parte de las historias que alguna vez me platicaron y que también me llegó a relatar personalmente el sacristán de lugar. Eran sus dichos sobre supuestas apariciones de un fraile que de pronto emergía en el claustro. Quizá habrán sido invenciones ?lo más seguro?, pero poseían cierto encanto en torno a lo sobrenatural ?dice.

Cada historia de “Cuentos del Barrio” es ejemplo de la observación y memoria agudas del periodista y de su destreza narrativa para contarnos la vida de estos singulares personajes. Como escritor de memoria fiel, el estilo de los cuentos de Manuel Pérez Miranda es de gran amenidad, en evocación no aparente, sí de fondo, lo que da a sus narraciones una atmósfera y un tono que comunican inmediatamente al lector con las actividades de cada habitante del barrio ?asegura la poetisa y escritora  Dolores Castro, autora del prólogo, con quien el escritor, taurófilo ferviente en sus inicios, ha mantenido una relación amistosa y profesional de larga data.

Seguramente Vicente Leñero ?uno de sus más grandes amigos con quien viajó a Madrid, becado por el Instituto de Cultura Hispánica (1957), para tomar el curso de documentación española?, de no haber fallecido hace cuatro años, hubiese aplaudido la incursión de Pérez Miranda en la narrativa.

?¿Cuánto tiempo le llevó escribir el libro?

Tal vez un año. Lo redacté durante esta temporada en que no podía salir a la calle y pasaba mucho tiempo sentado en casa, a causa del problema óseo que hoy me obliga a utilizar un aparato, para apoyarme al caminar.

?¿Había escrito antes cuentos o novelas de manera formal?

No, nunca. Solamente reportajes, y eso es algo que seguramente quienes lean el libro quizá me preguntarían. Las historias las escribí tomando como base mis vivencias personales, mi vocación y experiencia como reportero y redactor de crónicas.

Son narraciones sobre hechos que realmente tuvieron lugar, pero la literatura te da la libertad de hacer un cambio total, lo cual no sería válido en el sentido estrictamente periodístico, donde debe prevalecer la verdad de los hechos.  La literatura, entonces, se llega a convertir en un refugio para ejercer la creatividad con libertad. No se trata de reportajes, pero sin embargo poseen mucho de la estructura de una crónica o de una biografía.

?¿Y cuál de esas cinco historias es su preferida?

Para mí, “Gancho al hígado” es el cuento mejor logrado; posee mucha verosimilitud porque gran parte de él está basado en la realidad, y todo lo que le agrego de mi imaginación, lo hace parecer una historia auténtica –expresa. Luego, con su característica voz de tenor, el periodista nacido en el barrio de Mixcoac el 2 de junio de 1931 y graduado en meteorología en la Fuerza Aérea Mexicana (1949–1951)–, da lectura a unos párrafos de su relato:

“La desigual pelea se llevó a cabo en el improvisado ring del gimnasio. Ambos peleadores comenzaron fintando –simulando– sus golpes. El Kid, con mayor alcance, logró meterle el jab a la cara, después, sus golpes eran detenidos o esquivados por el ágil bending de Pepe.

En el segundo round, Raúl se vio desesperado por no asentar sus golpes y empezó a boxear en serio, como si tuviera enfrente un adversario normal, pero aún no lograba conectarlo; Jáuregui, en cambio, enseguida de esquivar los puños contrarios, había logrado buenos impactos.

Faltando un minuto para concluir ese episodio, Kid Dinamo tiró fuerte derechazo, que fue esquivado con el brazo atenazado con el cuello y el hombro derecho del manco. Entraron en clinch, ambos se inmovilizaron; Pepe, entonces, le picó las costillas con el muñón y al separarse Raúl fue alcanzado con un zurdazo en el rostro y visitó al suelo noqueado.

Unos espectadores corrieron a dar asistencia al Kid y le aplicaron sales de amoníaco, reaccionó bien. Otros, felicitaban al manco y le tocaban su brazo: «Parece barreta» –comentó Memo–; «claro, es un barretero, un fajador» –agregó Carlos”.

Manuel Pérez Miranda, rememora que “debido al trabajo de mi padre, don Rafael Pérez Aguilar –quien fue designado responsable de un enorme depósito de tubería del departamento de agua potable del Distrito Federal, muy cerca de la estación del ferrocarril Hidalgo en la Colonia Maza–, nos fuimos a vivir a una casa construida dentro de ese almacén, en compañía de mi madre Teresa Miranda y mis hermanos Roberto, Genaro y Guillermo.

“Estudié la primaria en la escuela Vasco de Quiroga, en pleno corazón de Tepito y ahí conocí a otros compañeros que al paso del tiempo llegarían a ser estrellas del boxeo, como el gran Raúl “Ratón” Macías, cuyos hermanos mayores también se dedicaron al boxeo. Su familia tenía un modesto taller de calzado” –recuerda.

A los 13 años Manuel Pérez Miranda retornó de nuevo a Mixcoac, donde estudió la secundaria. Posteriormente cursó sus estudios de periodismo en la Escuela Carlos Septién García (1953–1956), y se convirtió en reportero fundador de la revista “Señal” (1954) que presidía el director de la escuela, José Chávez González.

Cuatro años más tarde dirigió el semanario “Informaciones Exclusivas” (1958–63) y comenzó su tarea como profesor de géneros periodísticos (1962–83) en la escuela que dirigió en una primera etapa –de 1984 hasta 2001–, sin renunciar a la enseñanza de sus materias. Dejó la dirección de la escuela durante 3 años, pero en 2004 cumplió una segunda etapa al frente de la institución, que culminó en 2006. En 2007 fue electo presidente de la Asociación Cultural Carlos Septién García, A.C. de la cual depende jurídicamente la escuela.

–“Los fantasmas del convento”, otro de sus cuentos del libro, aunque presenta un tema de ficción, tengo entendido que posee raíces testimoniales. 

Ese cuento lo escribí  a partir de las historias de un sacristán y me gustó mucho por los personajes que manejo. Se trata de un cantor de origen humilde que estudia en el Conservatorio y de pronto conoce a una niña rica que quiere profesar, pero termina cautivada por su voz.  Cuando escucha al cantor, que canta como los verdaderos ángeles, piensa que allí conjuga todo; si se casa con él, es como si se metiera de monja. Él también se prende de ella, aunque está consciente que no es de su clase y por ello no sabe cómo hará para conquistarla.

–Con “Cuentos del barrio”, usted realiza su primera incursión dentro de la literatura como tal, más allá de su vocación periodística.

Pues sí, es la primera vez que lo hago.

–¿No se arrepiente de haber incursionado hasta hoy de manera formal en la literatura? ¿No cree que debió hacerlo desde hace muchos años?

Sí, muy posiblemente. Te comento que el libro lo empecé a trabajar el año antepasado y lo terminé un año después, exactamente en junio de 2017, cuando cumplí 85. Además, no sabía si valdría la pena publicarlo, pero acudí a la opinión de varios amigos de la escuela –entre ellos Arnoldo Meléndrez, Enrique Mandujano y el actual director Víctor Hugo Villalva Jiménez–, quienes me exhortaron y apoyaron para publicarlo.

–¿Lo escribió originalmente a máquina?

No, lo escribí a mano, y por ello cuando se capturó, hubo muchos equívocos. Luego vino un prolongado proceso de corrección y edición. Los papeles iban y venían para su corrección. Posteriormente vino el diseño del mismo y la selección de la portada, que me parece muy acertada, por el tema del cuento “Gancho al hígado”.

–¿Qué vendrá después de este libro?

Lo veo francamente como la primera y la última vez. Por la edad o las condiciones, yo digo que ya no habrá otro más, aunque siento que por ahí me quedaron ideas para otros cuentos; unos basados en la realidad y otros en lo imaginado. Por ejemplo, tengo el título de uno de ellos, que de escribirlo se llamaría “Procedencia ilícita”.

Este abordaría la historia de un personaje muy mezquino, que era dueño de muchísimas propiedades y no tuvo herederos con su esposa, a la que le daba una miseria para la comida. Ella murió sin hijos y fueron otros quienes finalmente disfrutaron la riqueza mal habida que este funcionario acumuló –comenta el hombre que ha forjado generaciones enteras de periodistas y al que su familia y amigos le piden que aún no se corte la coleta.

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