Ponen altares y veladoras para los indecisos

El último tramo de la competencia presidencial refleja lo que los expertos en puntos de vista habían pronosticado hace meses, que la definición de la elección sería de tercios, o sea entre tres.

Pero vamos por partes, como el voto duro es insuficiente para asegurarle el triunfo a cualquiera de los tres, las oraciones y súplicas apuntan al mal llamado segmento de los «indecisos», mal llamado así porque en realidad se trata de electores convencidos de que el voto es secreto.

Este segmento de ciudadanos que sí vota pero se reserva su derecho ante las encuestadoras a no decir por quién y lo expresa directamente en la urna, equivale a algo así como al 20 por ciento del universo que miden las empresas demoscópicas en sus sondeos.

Esto significa que de acuerdo a estimaciones conservadoras (ábaco en mano) son alrededor de 17 millones de personas las que quedan en ese apartado, siempre y cuando se considere el total de la lista nominal de 89 millones de personas con credencial vigente.

Otra manera de medir el impacto de los votos secretos es tomar ese 20 por ciento cabalístico para las encuestadoras (no dijo, no contestó) y decantarlos del total de los votos esperados para la jornada del 1 de julio, alarededor de 56.3 millones (anote usted el dato) y el resultado será que al menos 11.2 millones de personas serán las que inclinarán la balanza para que uno de los candidatos gane y los otros pierdan.

El milagroso voto útil

Nada más complicado para los candidatos que hacer cuentas de los votos reales y los votos potenciales. Como siempre han dicho los que saben, la política no es ciencia exacta, eso sí es muy voluble.

Eso es lo que pudimos apreciar después del Tercer Debate Presidencial que se realizó en Mérida, pues algo ocurrió que los analistas cambiaron en horas su percepción sobre el primer lugar.

El caso de Reforma es el más ilustrativo porque se había convertido en el referente favorito de ya saben quién para presumir que era imparable, pues en esa publicación llegó a niveles superiores al 20 por ciento respecto al segundo lugar. El punto es que su consejo de sabios cambió de humor y determinó que el perdedor del debate fue el tabasqueño y el ganador Ricardo Anaya. Y tres a uno.

Fue una caja de sorpresas porque a José Antonio Meade que lo había ninguneado, después del debate la publicación lo colocó a la par de López Obrador.

Antes de que se publicaran estos datos que presagiaron una verdadera catástrofe para los seguidores de Morena, Consulta Mitofsky aderezó el Tercer Debate Presidencial con datos de una encuesta levantada a principios de junio.

Los datos de las preferencia bruta fueron los siguientes: ya saben quién estaba en un cómodo 37.2 por ciento, seguido de lejos por Anaya con 20.3 puntos y muy cerca Meade con 17.1 y el Bronco con apenas el 3.2 por ciento. Lo destacado y que queremos subrayar es que para Mitofsky el segmento de ciudadanos que no declaró por nadie se ubicó en 22.2 por ciento.

Sin duda los expertos tienen sus razones técnicas pero la percepción de un importante número de analistas políticos calificados, es que el cierre todavía puede dar sorpresas.

Veámoslo de otra manera, siendo imparciales tanto José Antonio Meade como Ricardo Anaya están peleando duro pero no para quedarse con el segundo lugar, sino para ganar la presidencial. ¿Qué no?

En el último tramo se ha escuchado pedir a Anaya el voto útil mientras que Meade aboga por que le den un voto de confianza. El problema de ya saben quién es que quedó estacionado en la expectativa de que ya nadie lo alcanza y no está buscando votos. Las frases lo dicen todo: “no me gusta presumir pero humildemente estoy 30 por ciento arriba”… “Yo que culpa tengo de que (Meade y Anaya) estén muy abajo.”

Hagamos cuentas

De acuerdo a cifras oficiales y resultados históricos, el 1 de julio de 2018 podrán votar poco más de 88 millones de personas inscritas en la lista nominal y con credencial para votar.

El promedio de la participación nacional en los procesos electorales de los años 2000 y 2012 fue superior al 63 por ciento, en tanto que en 2006 la participación de los electores tuvo una disminución para colocarse en 58.55 por ciento del total de los sufragios efectivos.

En el año 2000 el candidato ganador lo fue con el 42.52 por ciento de la votación efectiva, es decir que ganó con 15 millones 989 mil 636 votos.

Para las elecciones de 2006 el ganador obtuvo 15 millones 284 mil votos, que representó el 36.89 del total. Como se recuerda, la diferencia respecto del segundo lugar fue de apenas medio punto.

Y en las pasadas elecciones federales de 2012 el primer lugar obtuvo 19 millones 226 mil 784 que representó el 35.90 por ciento de los votos totales contabilizados.

De mantenerse la tendencia de participación de las últimas tres elecciones –digamos del 64 por ciento-, este 1 de julio de 2018 esperaríamos que poco más de 56.3 millones de personas acudiremos a las urnas y votaremos.

Ahora bien, si mantenemos en perspectiva la cifra conservadora del 38 por ciento del total de la votación para el ganador, diríamos que el próximo presidente de México lo sería con un total de 21.3 millones de votos como mínimo. Si obtiene más de eso entonces el triunfo será más que contundente.

La desconfianza

En realidad existen muchos mitos en torno a la manipulación de los votos, pasando por los tacos, las urnas embarazadas, la inducción del voto y hasta la compra de votos, prácticas que en algún momento quedaron como parte del manual político del subdesarrollo y luego se habló de los algoritmos capaces de manipular los números para dar resultados deseados. Hasta se cayó el sistema.

El punto es que a pesar de que existe una plataforma electoral enorme, con una inversión estratosférica, reglas y candados por todos lados, esto no ha logrado acabar con la desconfianza. Y de cultivar el recelo y la desconfianza se han encargado los propios partidos, para mantener un nivel de prerrogativas que ya no tienen razón de ser. La política sigue siendo un jugoso negocio para todos los que intervienen.

Del próximo domingo al siguiente estaremos cumpliendo con nuestro derecho y deber cívico de acudir a las urnas. El miércoles 27 de junio terminan las campañas –contrólese amable lector contrólese- y el jueves 28 comienza la etapa de reflexión del voto, o sea la veda.

El domingo por la noche esperaremos tener los resultados del conteo rápido de votos a nivel Presidente de la República, siempre y cuando el resultado no sea tan cerrado, mientras que a nivel local el Instituto Electoral de la Ciudad de México ha ofrecido dar resultados preliminares esa misma noche.

El 4 de julio comienzan los cómputos distritales y el 6 de agosto el INE terminará con la fiscalización de las campañas.

Por lo pronto, aunque este país se precie de laico, no dude que en los estrategas más recelosos de los cuartos de guerra en los partidos, tengan altares con veladoras encendidas para los indecisos.

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