TEMAS CENTRALES: PRI. malas y peores decisiones

Miguel Tirado Rasso, consultor experto en comunicación política

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Está visto que la imposición de reformas de coyuntura a los estatutos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), al menos en lo que se refiere a los requisitos para aspirantes a la candidatura presidencial, no es una buena idea, sin importar si quién la promueve es un grupo de priistas ortodoxos que se rebelan en contra del Presidente de la República, cuando ese partido está en el poder, o si es el caso de una recomendación, precisamente, del primer mandatario de la Nación, en su carácter de líder natural del tricolor.

Sobre todo, lo menos aconsejable es que esas reformas tengan dedicatoria, porque los dos descalabros electorales históricos del tricolor tienen en común el antecedente de un ajuste a modo en los requisitos para las candidaturas presidenciales.

A saber. En los tiempos de la presidencia de Ernesto Zedillo, durante la celebración de su XVll Asamblea Ordinaria (1996), algunos priistas decidieron irse por la libre y modificaron los estatutos de su instituto político, imponiendo requisitos para que los aspirantes a la candidatura presidencial tuvieran que acreditar “la calidad de cuadro dirigente y haber tenido un puesto de elección popular a través del partido, así como diez años de militancia partidista.”

Estos candados tenían dedicatoria para evitar que el primer priista del país, como era considerado el Jefe del Ejecutivo en turno, dirigiera las palabras mayores (Luis Spota, dixit) a alguien lejano a la militancia del partido. De esta manera, se limitaba el carácter de fiel de la balanza del Ejecutivo, obligándolo a optar por quien tuviera carrera de partido, eliminando la posibilidad de hacerlo por quien parecía estar en sus preferencias, pero que no la tenía.

Y si bien, la rebelión tuvo éxito en su objetivo, el ritual sucesorio tradicional descarriló dando paso a la primera alternancia política (2000). El tricolor perdió la presidencia del país, por primera vez en su historia, como consecuencia de la voluntad popular expresada a través de un voto de castigo y hartazgo en contra del partido que durante 71 años había dirigido los destinos del país. Muchos errores, excesos, olvidos y omisiones explicarían la derrota, aunque en el ambiente priista, también habría quedado cierto sopechosismo sobre la actuación del Presidente Zedillo en el resultado.

Y es que, era evidente que entre el titular del Ejecutivo y el priismo tradicional, no existía la mejor relación. Desde un principio, Ernesto Zedillo declaró que mantendría una sana distancia con el partido que lo había llevado a la presidencia; sin embargo, durante su gobierno cambiaría a la dirigencia del PRI en seis ocasiones. Más veces que en ningún otro sexenio priista. Además de haber tratado de eliminar aquellos candados, lo que encomendó a dos sucesivos presidentes del tricolor, que habrían fracasado en el intento.

Dos décadas después, en su XXll Asamblea Nacional Ordinaria, en agosto de 2017, el Revolucionario Institucional volvió a tratar el tema de los requisitos para la candidatura presidencial aunque en sentido inverso. Ahora la propuesta daba un giro de 180 grados. Si en la XVll Asamblea, la rebelión había sido para imponer mayores requisitos de militancia a los aspirantes, en esta no sólo eliminaban el requisito de 10 años de militancia exigida para sus candidatos presidenciales (los otros requisitos ya los habían cancelado en la asamblea anterior, la XXl de 2013), sino que se iban al extremo opuesto, abriendo la posibilidad a las candidaturas externas, a candidatos ciudadanos no priistas.

Por supuesto que estas reformas habrían sido motivo, también, de acalorados debates, con un final diferente respecto de la XVll Asamblea, pues en esta ocasión los perdedores serían quienes se habían rebelado contra la propuesta proveniente de Los Pinos, que tenía una clara dedicatoria. La disciplina priista impidió que la inconformidad se manifestara abiertamente, aunque por el resultado de la elección, no quedó duda de que la militancia, si bien acató la reforma, no la aceptó.

Estos dos casos representan los mayores descalabros del tricolor. El de 2000, porque significó la pérdida del poder presidencial, por primera vez en su historia. El de hace unos días, porque vuelve a perder la presidencia del país, aunque ahora de una manera contundente, pues el PRI queda muy disminuido y con una riesgosa tendencia a la baja.

La primera gran derrota, ocurrió con un candidato casi en rebeldía, postulado sin la liturgia tradicional. Esto es, sin el total aval presidencial. La segunda, se dio con todo el aval presidencial, pero con una rebeldía interna que se negó a operar o lo hizo sin convicción.

Hay algo que se debe destacar, aparte de los desafortunados ajustes estatutarios con dedicatoria. En los casos relatados, hay coincidencia en el hartazgo, la decepción y el rechazo de la población hacia un PRI desgastado, agotado y confundido, sólo que en la reciente elección, en una proporción muy superior a la del 2000.

Los priistas tendrán que abrir las puertas a la auto crítica, reconocer errores y corregir desvíos; considerar su nueva circunstancia y revisar y analizar sus posibilidades en un contexto para ellos inédito. Y, buscar para el tricolor su cuarta transformación (PNR, PRM y PRI) a través de su refundación, reconversión o transformación.

Julio 19 de 2018

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