REPORTAJE: A 55 AÑOS DEL ASESINATO DE JOHN F. KENNEDY EN DALLAS; LEE HARVEY OSWALD, EL TIRADOR SOLITARIO

Por Alberto Carbot, periodista, director de la revista Gente Sur.

El gobierno estadounidense ha desclasificado miles de archivos en torno al caso, pero realmente éstos no aportan nada nuevo sobre el magnicidio. La hipótesis de que existió una conspiración detrás de la trágica muerte del presidente Kennedy, siempre ha sido sujeto de debate y la mayoría de la gente está convencida de que no se trató del trabajo de un solo hombre. Sin embargo, la balística y la tecnología modernas pueden hoy probar lo contrario y asegurar que Lee Harvey Oswald fue el único tirador el mediodía del viernes 22 de noviembre de 1963, en la Plaza Dealey en Texas

EL FATÍDICO VIAJE A TEXAS

El presidente Kennedy estaba consciente de que la disputa entre los líderes de su partido podría hacer peligrar sus posibilidades de reelegirse en 1964, y uno de sus objetivos para el viaje a Texas era conciliar a los dirigentes demócratas. El estado, al igual que Florida, era un sitio clave en el recuento electoral.

Sabía también que un grupo relativamente pequeño pero muy beligerante de extremistas contribuía a incrementar las tensiones políticas y probablemente durante la gira haría sentir su presencia, particularmente en Dallas -la llamada entonces ciudad del odio-, donde incluso Adlai Stevenson Struck, el embajador de Estados Unidos en la ONU, había sido agredido un mes antes, el 24 de octubre de 1963, después de pronunciar un discurso conmemorativo en el Memorial Auditorium Theatre.

“A principios de 1960 Dallas era un semillero de activistas de derecha y mantenía fuertes lazos históricos con el Clan del Círculo o Ku Klux Klan. En los años 50 y 60, la resistencia a la integración escolar y los derechos civiles catalizaron el sentimiento derechista en la ciudad.

“Dallas también era el hogar de Edwin Anderson Walker, exgeneral del Ejército y férreo defensor de la ideología de la John Birch Society, una agrupación anticomunista. Luego de que el gobierno de Kennedy lo despidió, la oposición radical hacia su gobierno se intensificó”, aseguran Steven L. Davis y Bill Minutaglio, autores del libro Dallas: 1963.

Además de Edwin A. Walker -derrotado por John Connally en la contienda electoral por la gubernatura de Texas, y quien el 10 de abril de ese año había sido víctima de un atentado fallido por parte de Lee Harvey Oswald-, destacaban el barón petrolero Haroldson Lafayette Hunt, Jr. y Frank McGehee, fundador de la Convención Nacional de Indignación.

Sin embargo, a JFK parecían gustarle los retos y la perspectiva de dejar Washington, mezclarse entre la gente y entrar de lleno en la contienda política, le resultaba muy tentadora.

Educación, preservación de los recursos naturales, economía sólida, paz mundial y la defensa territorial, entre otros, serían sus principales temas durante la gira por territorio texano, en la que participaría activamente su esposa Jacqueline, quien haría su primera aparición pública luego de la muerte de su hijo Patrick, el 9 de agosto, a causa de problemas pulmonares, a solo 2 días de nacido.

La parada inicial fue en San Antonio. Ahí el vicepresidente Lyndon B. Johnson, el gobernador de Texas John B. Connally y el senador Ralph W. Yarborough, encabezaron el comité de bienvenida. Luego acompañaron al presidente hasta la Base de la Fuerza Aérea de Brooks, donde Kennedy hizo entrega del Centro de Salud Médica Aeroespacial.

En Houston, asistió por la tarde a un evento organizado por la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC) en el Hotel Rice. “El presidente dio un discurso de 17 minutos, y realmente hizo que la gente rugiera y se excitara. Recuerdo que la forma en que lo articulaba y le hablaba al grupo, era simplemente fascinante. Y luego, cuando Jackie habló en español, eso realmente hizo cimbrar el piso”, aseguró Guadalupe Fraga, una de las asistentes a la reunión.

Kennedy acudió posteriormente a una cena en el Sam Houston Coliseum, en honor del congresista Albert Thomas y luego partió hacia Fort Worth, la ciudad hermana de Dallas, más conocida como el área metropolitana Dallas-Fort Worth, a donde llegó a las 23:07 hrs., y se hospedó en la suite 850 del Hotel Texas, hoy conocido como Hilton Fort Worth, donde les aguardaba una multitud.

“Cuatro mil personas empapadas se presionan una a otras… empujamos a través de esa masa humana; ponemos a los Kennedy a salvo en el ascensor y los subimos a su habitación. Desde que salimos de la Casa Blanca a las 10:50 de la mañana, hemos hecho un vuelo en helicóptero, tres despegues y aterrizajes en el avión presidencial, conducido seis caravanas, nos detuvimos en tres sitios donde han hablado, y en el camino hemos encontrado a cientos de miles de personas, si no a un millón. Realmente ha sido un día muy largo”, reseñó Clint Hill, el agente especial a cargo de la seguridad de Jacqueline Kennedy, en su libro Five Days in November, escrito en colaboración con Lisa McCubbin.

DE FORT WORTH A DALLAS

Jacqueline vestía un llamativo conjunto rosa, elaborado por la casa de moda estadounidense Chez Ninon y confeccionado en tela de Coco Chanel. Un atuendo que los cronistas nunca imaginaron que en pocos minutos se convertiría en doloroso símbolo de uno de los días imborrables para la nación estadounidense

Una ligera lluvia caía la mañana del viernes 22 de noviembre y se mezclaba con la fina y persistente neblina matinal. En los alrededores del Hotel Texas, en Fort Worth -donde la pareja presidencial había pasado la noche-, desde las primeras horas de la madrugada, una multitud de más de 3 mil personas se hallaba impaciente en el estacionamiento situado frente al inmueble, sobre las calles Main, Commerce y entre las avenidas 8 y 9 East.

Para corresponder a la devoción de esos miles de simpatizantes, correligionarios y admiradores a quienes el frío y la lluvia parecía no importarles, y con el apoyo de los policías que resguardaban el perímetro, los agentes del Servicio Secreto se dieron a la tarea de improvisar una tribuna que fue colocada sobre la base de un remolque.

Jim Wright, quien encabezaría luego la Cámara de Representantes había hecho las gestiones y los arreglos para que el presidente pronunciara una breves palabras en el estacionamiento, previo a su discurso programado en el salón de baile del hotel, donde se serviría un desayuno con miembros de la comunidad e integrantes de la Cámara de Comercio local y líderes políticos y sociales.

Pocas horas antes “habiendo llegado tarde en la noche, se despertaron el viernes por la mañana para descubrir su suite decorada con artículos de coleccionistas de arte locales, gracias al esfuerzo de la promotora Ruth Carter Johnson, quien coordinó la exhibición y recibió una llamada personal de agradecimiento de los esposos Kennedy.

“Dieciséis piezas representaban lo mejor que Fort Worth tenía para ofrecer en el arte moderno y la escultura, incluyendo El Búho enojado (The Angry Owl 1951) de Pablo Picasso; arte americano de Charles Russell, Thomas Eakins y Morris Graves, y pinturas impresionistas francesas de Van Gogh y Monet”, asegura la historiadora y doctora en filosofía Stephanie Stegman, al citar a Taylor Gandy, vicepresidente del JFK Tribute.

A las 8:45 a.m., el presidente Kennedy, seguido muy de cerca por el congresista Jim Wright, quien caminaba a su lado, apareció por la puerta del hotel, flanqueado también por el vicepresidente Johnson y el senador Ralph Yarborough.

El gobernador Connally, marchaba unos pasos atrás. Varios de sus acompañantes llevaban impermeables y gabardinas para protegerse del clima. Sólo Kennedy y Wright no los portaban.

Al dar comienzo a su discurso, la multitud comenzó a preguntar insistentemente por su esposa.

-¿Dónde está Jackie? -le gritaban algunos.

“Se quedó en la suite del hotel, arreglándose ella misma. Esto le lleva más tiempo, pero, por supuesto, cuando lo hace, se ve mejor que nosotros”, bromeó el presidente.

Su risa contagió a los asistentes que en varias ocasiones ovacionaron su espontáneo mensaje de aproximadamente 3 minutos, que fue replicado mediante grandes altavoces que fueron colocados sobre un camión de carga, a un costado de la explanada del estacionamiento que hoy forma parte de la Plaza General William J. Worth, un militar que participó en la invasión a México en 1847 y personalmente subió al techo de Palacio Nacional para quitar la bandera mexicana y reemplazarla por la de las barras y las estrellas. A su muerte en 1849, en su honor, la ciudad texana fue bautizada con su nombre un año después.

“No hay corazones débiles en Fort Worth. Esta gran ciudad se ha significado por su defensa del oeste, el ganado, el petróleo y todo lo demás. He creído en la fuerza en esta ciudad, la fortaleza en este estado y la fuerza en este país”, dijo Kennedy.

Y al igual que lo haría formalmente minutos después con los empresarios -en este parque público donde pronunció su discurso la mañana del 22 de noviembre de 1963 y hoy se halla una escultura de bronce de 2 metros y medio realizada por Lawrence Ludtke-, el presidente promocionó también su programa espacial.

Con vehemencia los conminó a asumir las cargas del liderazgo estadounidense en la escena internacional y a la necesidad de sumar esfuerzos para lograr un crecimiento económico sostenido y fortalecer la seguridad nacional, tema proyectado como base para su campaña presidencial de 1964. “Estados Unidos es hoy más fuerte, como nunca en toda su historia”, puntualizó.

Su mensaje al aire libre fue recibido con gran entusiasmo. Kennedy pasó varios minutos estrechando manos y agradeciendo la presencia de los frenéticos asistentes.

Según Jeb Byrne, coordinador de la visita en Fort Worth -mientras los invitados en la mesa principal tomaban sus asientos en el desayuno servido para más de 2 mil personas con boleto pagado-, el presidente Kennedy llamó a uno de los agentes del Servicio Secreto y le pidió que le dijera a su esposa que los acompañara y que cuando Jacqueline hiciera su aparición, la orquesta comenzara a tocar Los ojos de Texas están sobre ti (The Eyes of Texas are upon you).

A los pocos minutos, ella arribó sonriente al salón.

Lo hizo escoltada por el agente Clint Hill, en medio de una prolongada ovación de bienvenida y entre los acordes de la popular canción compuesta por John Sinclair y Lewis Johnson.

Los ojos de Texas están sobre ti/ durante todo el día.

Los ojos de Texas están sobre ti/ no puedes huir.

No pienses que puedes escapar de ellos.

En la noche o temprano en la mañana.

Los ojos de Texas están sobre ti/ hasta que Gabriel toque su trompeta.

Al finalizar el encuentro, ambos caminaron por el pasillo principal en medio de la multitud que los aclamaba.

Miles de personas se alinearon en las aceras para verlos en su travesía hasta la Base de la Fuerza Aérea de Carswell, para el corto vuelo de 13 minutos hasta el aeropuerto de Love Field en Dallas.

Tenían planeado viajar luego a Austin las 3:15 pm., y más tarde, a las 9 y media de la noche, volar en helicóptero hasta el rancho del vicepresidente Lyndon B. Johnson, cerca de Johnson City, Texas. Descansarían ahí la mañana del sábado y retornarían a Washington en punto de las 2 de la tarde.

Jacqueline vestía un llamativo conjunto rosa -chaqueta de doble pechera con tres pares de botones dorados, solapas azul marino y sombrero cilíndrico del mismo color-, elaborado por la casa de moda estadounidense Chez Ninon y confeccionado en tela de Coco Chanel.

Un atuendo que ella había ya popularizado y que los cronistas nunca imaginaron que en pocos minutos se convertiría en “el símbolo de uno de los días más horribles para la nación estadounidense”, al impregnarse con la sangre, huesos y tejido cerebral de Kennedy, al ser impactado por las balas de Lee Harvey Oswald, oculto en el sexto piso del Texas Book Depository.

UN SOLO TIRADOR; ANÁLISIS CIENTÍFICO DEL ASESINATO

La hipótesis de que existió una conspiración detrás de la trágica muerte de Kennedy, siempre ha sido sujeto de debate. La mayoría de la gente está convencida de que no se trató del trabajo de un solo hombre. ¿Acaso la balística y la tecnología modernas pueden probar lo contrario? ¿Qué sucedió realmente en la Plaza Dealey?

En el documental “Cold Case: JFK” -que formó parte de las series especiales Nova, presentadas por la cadena estadounidense PBS-, con la ayuda del ScanStation P20 de Leica Geosystems, los expertos en balística Michael y Luke Haag buscaron determinar si la teoría de un solo tirador fue posible.

“La creación de una representación laser 3D precisa de la escena del crimen usando un ScanStation P20 de Leica hizo posible documentar la ubicación precisa del rifle, así como el primer punto de impacto del proyectil. Por medio del software Leica Cyclone para la reconstrucción de la trayectoria de la bala, se recreó un segmento de línea para la trayectoria original y para trayectorias secundarias”, explicó Michael Haag. Para el documental de Nova, Michael Haag y Tony Grissim de Leica Geosystems, consejero técnico del Firearms and Tool Mark Examiners, tomaron datos de escáner laser para crear una representación 3D completa de la Plaza Dealey y del sexto piso del Texas Book Depository.

Dicha representación, junto con datos de radar Doppler y videografía de alta velocidad, proporcionaron información precisa que anteriormente no estaba disponible para los investigadores, asegura Christine Grahl, en La revista global de Leica Geosystems. Los Haag también recrearon materiales similares en densidad y resistencia al tejido de los músculos humanos -como gelatina y jabón balístico-, para probar el impacto del proyectil y la velocidad de salida, así como su resistencia y estabilidad. ¿Pudo la bala pasar a través de dos personas, un asiento de automóvil, huesos humanos y aún permanecer intacta? Los resultados obtenidos demuestran que es absolutamente posible.

Los mapas con los datos láser 3D fueron analizados con las pruebas aplicadas a estos materiales, usando el mismo tipo de balas blindadas con una carcasa de cobre dura y un rifle como el empleado por Oswald. Estos datos ayudaron a Michael y Luke Haag a probar que la teoría de un solo tirador pudo ser real.

Igualmente, se comprobó que es posible cargar, apuntar y disparar las balas en unos cuantos segundos y causar graves daños. Luke Haag explicó que “resulta muy claro: Oswald tuvo suficiente tiempo para efectuar estos 3 disparos desde el momento en que la limusina presidencial dio la vuelta en la calle Elm. Nosotros intentamos reproducir el incidente y lo logramos varias veces exitosamente”.

El análisis de los disparos hechos con las balas que utiliza un rifle Carcano, demostró que en la totalidad de las pruebas -una vez que la bala impacta su objetivo a casi 640 metros por segundo, casi 2 veces la velocidad del sonido-, éstas tienden a girar y pueden seguir causando daño severo, prácticamente sin perder impulso, ni deformarse, como fue el caso documentado de la llamada “bala mágica” del magnicidio en Dallas.

“Descartamos la teoría de una conspiración, de disparos hechos desde el montículo de yerba o que hubo dos francotiradores”, señalan. De la misma forma, mediante un sofisticado equipo, el profesor Michael Hargather, de New México Tech -quien estudia las ondas expansivas causada por las explosiones de los disparos con una cámara de alta velocidad, luz extremadamente brillante y una pantalla reflectante-, comprobó que la complicada geometría arquitectónica de la Plaza Dealey provoca múltiples reverberaciones de un sólo impacto, por lo que los testigos llegaron a decir que los disparos provenían tanto del depósito de libros, como del montículo de hierba, y que incluso escucharon un cuarto tiro, pero sólo se trató de un potente efecto de eco.

LAS CRUDAS IMÁGENES DEL ASESINATO DE KENNEDY, QUE AÚN PROVOCAN SOBRESALTO Y CONSTERNACIÓN

Lee Harvey Oswald realizó el primer disparo desde su nido de francotirador en el sexto piso del Texas Book Depository -el almacén de libros escolares de Texas-, a una distancia aproximada de 55 metros, cuando la caravana de John F. Kennedy transitaba a baja velocidad por la calle Elm, entre la Plaza Dealey y The Grassy Knoll, el montículo de hierba.

La poderosa bala 6.5 milímetros de su fusil italiano Mannlicher-Carcano, pasó por encima de la comitiva y se estrelló metros adelante contra el pavimento, cerca del puente del ferrocarril, probablemente desviada por la rama de algún árbol o el brazo del semáforo horizontal sobre la calle Elm.

Al golpear el concreto, el proyectil desprendió un pequeño trozo de pavimento que hirió en la mejilla derecha a James Tague, un hombre de 26 años, veterano de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, quien observaba el paso del convoy.

El segundo disparo realizado desde la ventana del almacén, 3,5 segundos después, a unos 82 metros, hirió gravemente a Kennedy en la espalda; le atravesó el cuello y perforó su corbata. La misma bala alcanzó el costado del gobernador John Connally que viajaba frente a él; dañó su pulmón, le hirió en la muñeca y finalmente se incrustó en su pierna derecha.

Al impacto, el presidente se llevó las dos manos al cuello y se apoyó sobre el hombro derecho de Jacqueline, quien sorprendida sólo alcanzó a exclamar: ¡Han herido a mi marido!

Nelly, la esposa de John Connally, que viajaba a su lado en los asientos delanteros, abrazó al gobernador quien también presentaba serios problemas para respirar.

El tercer disparo mortal, que literalmente hizo volar el cráneo de Kennedy, se produjo 8,4 segundos después del primero. Ocupa el cuadro 313 en la secuencia de la película de Abraham Zapruder.

“Corrí y me subí a la cajuela del auto, mientras la señora Kennedy abandonaba su asiento y trepaba por encima. No lo hizo por tratar de alcanzarme, sino porque intentaba recoger algo que había salido volando de la cabeza del presidente”, recordó el agente Clint Hill, encargado de la seguridad de Jacqueline.

“La tomé, la empujé de nuevo hacia el asiento trasero del vehículo y los cubrí con mi cuerpo, mientras le gritaba al chofer William Greer, que nos llevara a toda prisa hacia un hospital”, dijo. A 130 kilómetros por hora, con el agente Hill montado sobre la cajuela, condujo la limusina presidencial por casi 5 kilómetros, hasta el hospital Parkland Memorial, ubicado en el 5201 Harry Hines Boulevard.

Al llegar, Jacqueline cubrió con su regazo el cuerpo de Kennedy y así estuvo por algunos minutos, sin permitir que nadie se acercara al cuerpo de su esposo.

“Entonces me quité el saco y cubrí con él la cabeza y la espalda del presidente. Cuando hice esto, ella lo soltó y entonces lo llevamos a la sala de urgencias”, señaló Clint Hill.

En el Hospital Parkland -a donde también fue conducido bajo estrictas medidas de seguridad el vicepresidente Lyndon B. Johnson, a fin de protegerlo de cualquier peligro-, Kennedy fue atendido inicialmente en la Sala de Trauma número Uno, por Jim Carrico, un residente de cirugía de 28 años, quien al percibir sus irregulares movimientos respiratorios, insertó un tubo en la tráquea del presidente gravemente herido.

Kennedy fue conectado a un respirador tipo Bennet y además se le suministraron esteroides intravenosos, debido a que su historia clínica mencionaba que padecía la enfermedad de Adison.

Malcon Perry, residente de primer año de cirugía, certificó la gran herida en la cabeza del Presidente. El anestesiólogo Pepper Jenkins, se colocó en la cabecera de la mesa de operaciones y en compañía de Charles R. Baxter, director de la sala de emergencias, iniciaron a las maniobras de resucitación.

Pero a los pocos minutos “tan pronto nos dimos cuenta de que no teníamos nada más que hacer desde el punto de vista médico, con una reverencia todos nos apartamos del hombre que era nuestro presidente y a partir de ese momento dejamos de ser médicos. Nos volvimos ciudadanos otra vez, y allí probablemente fueron derramadas más lágrimas que en cien millas a la redonda”, dijo Baxter.

A la 1:00 p.m., cuando se comprobó que había cesado totalmente la actividad cardiaca y luego que el sacerdote Oscar Hubert le había proporcionado los últimos sacramentos, el neurocirujano William Kemp Clark, declaró muerto a John F. Kennedy.

Luego, el vicepresidente Johnson partió a Love Field, donde a bordo del avión presidencial se le tomó juramento como el 36 presidente de Estados Unidos.

LOS TESTIMONIOS DE LA TRAGEDIA

Kennedy fue llevado de emergencia a la Sala de Trauma número Uno del hospital Parkland, en Dallas, en donde y falleció a causa de sus graves heridas. Minutos después, el féretro del presidente fue transportado por miembros del Servicio Secreto, al Air Force One, en el área de pasajeros. Para ello hubo que arrancarle las manijas al ataúd y romper a fuerza de martillazos algunas paredes del avión, donde minutos después Lyndon Johnson fue juramentado. En el avión -con el traje rosa manchado de sangre que sólo unas horas antes había deslumbrado a los asistentes al desayuno en Fort Worth-, una abatida Jacqueline atestiguó el imprevisto acto protocolario.

Si bien el intempestivo arribo de la limusina presidencial con el cuerpo moribundo de Kennedy al estacionamiento de ambulancias provocó una gran conmoción en el hospital Parkland, abandonar sus instalaciones fue un episodio que estuvo a punto de convertirse en un hecho igual de trágico.

Luego del fallecimiento del presidente -y ante la oposición de los miembros del Servicio Secreto y funcionarios de la Casa Blanca para que la autopsia se le practicase en Dallas, como lo estipulaba la ley estatal y autoritario lo exigió el médico forense Earl Rose-, las armas fueron desenfundadas y estuvo a punto de producirse un enfrentamiento entre los policías texanos y los funcionarios y agentes federales.

Vincent Bugliosi, autor del libro Recuperación de la historia: el asesinato del presidente John F. Kennedy asegura que mientras el ataúd metálico, del que no se apartaba Jacqueline Kennedy, era sacado de la sala de Trauma Uno, el forense Rose intentó incluso bloquearles el paso con su propio cuerpo.

“El almirante George Burkley -médico personal de Kennedy-, enfurecido le gritó que se apartara, porque se trataba del cuerpo del presidente y merecía consideración”.

Un policía texano, al lado de Rose apoyó la exigencia del médico forense y la demanda de Theron Ward, un juez de paz, que se hizo presente y les advirtió que de ninguna manera se les permitiría salir con el cadáver.

“¡Mejor hazte a un lado!”, le gritó Larry O’Brien -asistente especial del presidente asesinado-, moviéndose hacia el oficial.

“Quítate del camino”, le advirtió también Kenneth Patrick O’Donnell, en funciones de jefe de Gabinete de la Casa Blanca. “No nos quedaremos aquí tres horas o tres minutos. ¡Nos vamos ahora! ¡Fuera!” le repitió al policía, al que varios de sus compañeros comenzaban a rodear, como muestra de apoyo, elevando la tensión.

Bugliosi subraya que finalmente los hombres del Servicio Secreto se abrieron camino hacia el patrullero, que ya capitaneaba sabiamente Rose, quien superado por las circunstancias, se quitó del camino.

“Mientras el ataúd se acerca a la salida de emergencia -dice-, la señora Kennedy se apresura al costado, tocando con las puntas de los dedos el acabado de bronce del féretro de su esposo”.

LA HERIDA MORTAL DE KENNEDY

Al llegar a Washington, el cadáver del Presidente fue llevado en helicóptero hasta el Centro Médico Naval Nacional de Bethesda, en Maryland, donde la noche del 22 de noviembre de 1963 se le sometió a un examen patológico, realizado por 3 acreditados especialistas.

En una reunión con George D. Lumberg, editor de la revista Journal of the American Medical Association (JAMA) -fundada en 1883 y la de más amplia difusión en el mundo-, los patólogos James Joseph Humes, entrenado en el departamento de Patología de las fuerzas armadas (AFIP), J. Hornton Boswell, graduado de la Universidad de Ohio y Pierre Finck, especializado en balística de AFIP rompieron el silencio de 29 años, luego de observar los errores cometidos en la película J.F.K de Oliver Stone.

El ensayo J.F.K. El crimen del siglo de Alejandro Vélez, María Paulina Quintero y César Ortega Toscano, del área médica de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, indica que “a las 7:30 p.m., se inició la autopsia A 63- 272 que duraría 4 horas, con los 3 patólogos principales; el almirante Burkley -médico personal del Presidente-, el fotógrafo John Stringer, el radiólogo Jack Ebersole y sus auxiliares”. El resumen de la autopsia fue publicado en el informe de la comisión Warren.

“Es la opinión de quienes realizaron la autopsia que la causa de la muerte fue producida por 2 heridas de arma de fuego de alta velocidad, que venían de un punto de atrás y arriba sobre el nivel del fallecido.

“El proyectil fatal entró por el cráneo abajo y a la derecha a 2,5 cm de la protuberancia occipital, con un orificio de entrada pequeño de 15 mm de largo y 6 mm de ancho. Atravesó la cabeza en una dirección posterior anterior depositando partículas óseas y de bala observadas en las radiografías en su vía patológica. Una porción del proyectil salió por la parte anterior del hueso temporoparietal en su parte derecha, llevándose cráneo, cerebro y cuero cabelludo, con un orificio de salida a 13 cm. La bala laceró el hemisferio cerebral con dos tercios del cerebro destruidos, pesando 780 gramos. Al retirar el cerebro se observó sólo un orificio de entrada en la parte posterior del cráneo.

“El otro disparo entró por la parte posterior del tórax y superior derecha de la escápula, con un orificio de entrada pequeño y atravesó los tejidos blandos supraclaviculares y supraescapulares, base del cuello, contusión de la pleura parietal apical, pulmón, músculos del cuello, tráquea y salió por la parte anterior del cuello, lugar que coincidía con el orificio realizado por los médicos del Parkland Memorial, al realizar la traqueotomía.

En opinión de los patólogos, la herida del cráneo produjo un extenso daño del cerebro, esencialmente mortal.

EL FILME DE 26 SEGUNDOS, QUE ABRAHAM ZAPRUDER FILMÓ SOBRE EL ASESINATO DE KENNEDY

Abraham Zapruder decidió no volver a ver nunca más, la cinta que desde uno de los pretiles de la pérgola en la Plaza Dealey, filmó ese viernes 22 de noviembre de 1963 y que al paso del tiempo se convirtió en la película amateur más célebre y analizada de la historia.

“Esa imagen me persigue todas las noches y me provoca pesadillas; me despierto y veo todo eso que pasó. Es una escena terrible”, dijo poco antes de morir, el 30 de agosto de 1970, a causa de cáncer estomacal.

“Lo único que esa cinta le dejó a mi abuelo, fue un corazón roto y él lamentaba mucho ser quien la filmó”, aseguró Alexandra Zapruder, la nieta del realizador. Ella es hija de Henry, primogénito del empresario de modas y autora de Veintiséis segundos (Twenty-Six Seconds: A Personal History of the Zapruder Film), un relato sobre el efecto de la película en la familia del hombre con raíces ucranianas, originario de Kovel.

Zapruder, de entonces 58 años, había llegado a Estados Unidos en 1920, para trabajar con un empresario textil neoyorkino, con quien laboró por más de dos décadas. En 1941 se mudó a Texas para trabajar en Nardis, una tienda local de ropa ubicada en Dallas, al lado de la diseñadora Jeanne LeGon, casada con George de Mohrenschildt.

Ocho años después, Zapruder inauguró su propia compañía a la que llamó Jennifer Juniors, ubicada en el edificio Dal-Tex, en contra esquina al depósito de libros escolares de Texas, en el 501 de la calle Elm.

Mr. Z” -como coloquialmente le llamaban sus más allegados-, se había asociado con Irwin Schwartz. Con ellos laboraban la recepcionista Marilyn Sitzman; la secretaria Lillian Rogers y la contadora Beatrice Hester.

De manera fortuita, Zapruder y la historia tienen una deuda con Marilyn Sitzman, porque ambos habían planeado filmar el paso del presidente, pero esa mañana Dallas amaneció cargada de nubes, gris y lluviosa. Zapruder creyó entonces que no habría luz suficiente para la filmación y llegó a la Plaza Dealey sin su cámara. Sin embargo, poco antes del mediodía, casi sobre la llegada de Kennedy, el cielo se abrió y Marilyn convenció a su jefe de que retornara a su casa para traer consigo la cámara.

La Bell & Howell Director Series, Model 414 Zoomatic, de 8 milímetros, era uno de los mejores dispositivos caseros disponibles en la época. Zapruder la había adquirido un año antes en Peacock Jewelry Company, una tienda de regalos que se hallaba en el número 1802 de la misma calle Elm, a unas 7 cuadras de su oficina-, la cual le permitió filmar los 486 fotogramas, 26 segundos de cinta casera, que registran el paso de la caravana presidencial y los mortales efectos de las balas de Lee Harvey Oswald en el presidente Kennedy.

El tamaño original de esa porción de la película no supera el metro ochenta de largo y contiene menos de 500 imágenes silentes. En la cinta de su cámara, Zapruder había grabado algunos segundos con escenas familiares, entre ellas la de uno de sus nietos jugando en el jardín.

Por igual, en Plaza Dealey -minutos antes del arribo de Kennedy-, había registrado también el festivo saludo de su recepcionista Marilyn Sitzman y los rostros sonrientes de Beatrice Hester y su esposo, quienes mientras les filmaban, se sentaron sobre una banca cercana al lugar.

Luego, Zapruder y Sitzman subieron al pilar de concreto y desde allí aguardaron el arribo de la caravana presidencial. Sin proponérselo, se hallaban en el mejor sitio, un lugar privilegiado e ideal para captar todos los detalles.

En cuanto percibió el avance de los primeros dos motociclistas de la comitiva, “Mr Z” comenzó a grabar.

Vio como Jacqueline y el presidente respondían con efusividad al saludo de los alborozados asistentes, que en ese tramo del recorrido -a menos de 5 kilómetros del Dallas Trade Mart, en el 2100 North Stemmons Freeway, que hoy forma parte del Dallas Market Center, donde daría un discurso-, comenzaba a disminuir en número, pero no en entusiasmo.

A bordo de la limusina Lincoln Continental descapotable, color negro, con banderines estadounidenses al frente, viajaban -además de la pareja presidencial-, John Connally, gobernador de Texas y su esposa Nelly, y los agentes del Servicio Secreto Roy Kellerman -a cargo del operativo- y William Greer, conductor del auto.

Fue entonces cuando Zapruder oyó a su izquierda un fuerte estallido, que inicialmente confundió con un cohete de celebración, pero luego vio con azoro como Kennedy se sujetaba la garganta con las dos manos y el gobernador Connally hacía un gesto de dolor. De súbito vino otro estallido.

Mientras seguía filmando, percibió atónito cómo la sangre, tejido cerebral y trozos del cráneo del presidente, volaban por los aires y Kennedy se desplomaba hacia su esposa, moribundo.

Sus últimas imágenes muestran a Jacqueline casi a rastras, montada sobre el maletero del auto, intentando asir un trozo del cráneo de su marido, y al agente Clint Hill saltar hacia la limusina, que tras un periodo de incertidumbre comenzaba a desplazarse a gran velocidad, camino al hospital, con el presidente herido de muerte.

“Cuando vi cómo se le abría la cabeza, empecé a gritar: ¡Lo mataron, lo han matado!, pero seguí filmando hasta que el coche desapareció bajo el puente”, relató Zapruder, quien confuso y en estado de shock, caminó rumbo su oficina, seguido por una acongojada Marilyn Sitzman,

En el corto trayecto, fue interceptado por Harry McCormick, un reportero del diario local Dallas Morning News, que lo había visto filmando y se acercó hasta él para hacerle unas preguntas. Zapruder le dijo que no hablaría con nadie más que no fuese una autoridad federal.

Entonces McCormick le prometió que buscaría al agente Forrest Sorrels, jefe del Servicio Secreto en Dallas y lo llevaría hasta su oficina. Zapruder aceptó entonces entregar la película a Sorrels, con la condición de que sólo se usara para la investigación del asesinato.

El reportero, Zapruder y el agente del Servicio Secreto se dirigieron luego hasta la WFAA, una emisora de televisión local a revelar la película, con la intención de entregarla a las autoridades y ahí aprovecharon para entrevistarlo.

Sin embargo, la emisora carecía de los recursos técnicos para procesar el filme y este fue llevado al laboratorio de Eastman Kodak en Dallas, que la tuvo lista hasta las 6:30 pm., luego de un complejo procedimiento de duplicado. Se realizaron tres copias. Una de ellas fue entregada al Servicio Secreto y la otra al FBI.

La tercera copia fue disputada por varios medios de comunicación, pero finalmente Richard Stolley -director de la revista Life en Chicago-, logró hacerse del histórico documento.

En una reciente entrevista, Stolley –hoy de 91 años- aseguró que ver la película y el tristemente célebre fotograma 313 –en el que se observa el estallido del cráneo del presidente a causa de la tercera bala- “fue el momento más dramático de mi carrera”.

Life pagó un total de 150 mil dólares a Zapruder -dividido en cheques de 25 mil, durante 6 años-, y le prometió no publicar nunca el fotograma 313, el del disparo fatal, que finalmente fue exhibido en televisión el 6 marzo de 1975, durante el programa de Geraldo Rivera, Good Night America de la ABC, cuando dio a conocer la cinta completa, extraída de una copia pirata.

Zapruder acordó donar el primer cheque a Marie Frances Gasway, la viuda del policía J.D. Tippit, de 39 años, asesinado también por Lee Harvey Oswald, en Oak Cliff, un área residencial de Dallas, a las 13:15 pm., poco antes de ser capturado al interior del cine Texas, a unas cuadras de donde el policía fue abatido de 4 tiros, al descender de su patrulla.

La noche de aquel fatídico viernes 22 de noviembre, Zapruder regresó a su casa, preparó su proyector y mostró las imágenes de la cinta original a su esposa Lillian Sapovnik y a su yerno Ernest Ries. Myrna, su hija menor -quien había trabajado como voluntaria en la campaña de Kennedy-, se negó a verla.

En 1999, el gobierno de EU acordó comprar la película original a la familia, por más de 16 millones de dólares, la cual forma parte de la Colección Kennedy y está bajo la custodia del personal de sonido y video de Motion Picture, en una sección de los Archivos Nacionales en College Park, Maryland, a las afueras de Washington. Sin embargo, el copyright de la película es propiedad del Sixth Floor Museum de Dallas, Texas.

Fotos tomadas de Internet.

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