La crisis de la democracia está trastocando la imagen de la justicia constitucional: José Ramón Cossío Díaz

  • La democracia supone, con el empoderamiento de los órganos de Estado, que puede hacer lo que le venga en gana.
  • La justicia constitucional puede morir, así como muere la democracia, cuando no somos capaces de generar todos los elementos de refuerzo para ellas.

Palabras del ministro José Ramón Cossío Díaz, durante la sesión en la que los integrantes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación le hicieron un reconocimiento por sus 15 años de ejercicio como parte del organismo.

Cuando llegué aquí en diciembre de dos mil tres, la democracia mexicana gozaba de cabal salud, más allá si alguno les gusta o no que el Presidente Fox fuera el Presidente de la República, que hubiera una presencia muy importante de ciertos partidos en dos cámaras, más allá de eso teníamos una muy importante idea de la democracia, en el mundo y en México –y esto me parece muy importante señalar–.

No había una disputa –en ese momento– por la condición democrática; había procesos participativos, había pensamientos sobre derechos humanos, etcétera; lo mismo pasaba con la justicia constitucional, estábamos en un momento extraordinario de la justicia constitucional.

La primera generación, los Ministros que tomaron posesión el primero de febrero de mil novecientos noventa y cinco, hicieron un trabajo extraordinario, salieron al mundo, empezaron a pensar como Tribunal Constitucional, se asociaron a los clubes de jueces constitucionales, y realmente hicieron un proceso de renovación, era un momento espléndido; distintas fundaciones, distintos centros, venían, reflexionaban, viajaban, creo que esto fue extraordinariamente importante.

En junio de dos mil once, se modifica el artículo 1° –al que hizo alusión también el Ministro Laynez– y esto es importantísimo, creo que es uno de los cambios centrales en la historia constitucional del país, sobre todo la dimensión del artículo 1°. Se modifica el juicio de amparo y nos dota de mayores herramientas; y hoy, si nos preguntamos dónde estamos, el día de hoy me parece que el panorama no es tan halagüeño como estaba en ese año en el que llegué.

En el mundo hay una gran cantidad de procesos muy diferenciados, muy complejos, hay la aparición de nuevos actores, de nuevos Poderes, existen también autoritarismos, existen también aprovechamientos militares en la historia, existe también una mayor concentración de la riqueza que se presentó, ésta antes de la crisis del ocho, hay un mayor capitalismo financiero moviéndose por el mundo, una globalidad cuestionada, ese proyecto de la globalidad ha disminuido, y hay –como todos sabemos– un reverdecimiento de los siempre, muy peligrosos, nacionalismos.

Hay una conflictividad con la democracia. La democracia hoy no se mira como hace quince años, desafortunadamente, no se mira ni como sistema electoral, ni como democracia sustantiva, como entendimiento racional de las comunicaciones entre nosotros.

Hoy en día es bastante común que se diga: estamos pasando un período histórico semejante al período de entre guerras; después de la caída de Weimar, después de la condición monárquica en Italia, después del ascenso de Stalin al poder en la Unión Soviética, etcétera; y, francamente, he pensado que esto no es así, ¿por qué creo que esto no es así? porque en aquel entonces lo que se pensaba era cómo destruir el poder político y creo que el signo en nuestros tiempos es: cómo, desde el poder político, disminuir la democracia; y éste me parece que es un asunto central.

Hay muchísimos casos en nuestro continente, en el europeo, en el asiático, no es caso mencionarlo ahora –para no quitarles su tiempo– pero me parece que es muy importante verlos en este día.

Si ustedes pasan hoy por las mesas de novedades de cualquier librería importante en México y en el extranjero, ustedes encontraran muchísimos libros que están hablando de la crisis de la democracia, la muerte de la democracia, la defunción de la democracia y –muy importante también– libros que están hablando de la enorme crisis, de las enormes presiones que está teniendo el sistema liberal y los valores constitucionales.

Esto es conocido para todos nosotros, sin embargo me parece que –a quince años– hay que hacernos una pregunta distinta, y ésta es: ¿Cómo muere la justicia constitucional?

Tenemos más o menos diagnosticado cómo muere la democracia y la pregunta es: ¿y la justicia? –la general, la de todos los días– ¿y la constitucional? cómo mueren.

La justicia –me parece– que no hemos podido explicar que los jueces no hacemos justicia, nosotros realizamos jurisdicción. No tenemos una capacidad metafísica, no tenemos una capacidad religiosa, no tenemos una omnisciencia para saber qué es la justicia, sino que lo que hacemos es llevar procesos racionalizados, ordenados, reglamentados para, en las condiciones de un orden jurídico, establecer y dar a cada quien lo suyo, no bajo una intuición, no bajo una entelequia, sino bajo un pensamiento propio; esto creo que no lo hemos podido hacer, pero creo que el problema es que en esta crisis de la democracia que estamos viviendo ¿qué le sucede a la justicia constitucional?

Creo que la crisis de la democracia está trastocando la imagen general de la justicia constitucional, y esto me parece peligrosísimo, porque la democracia en el apoderamiento de los órganos de Estado está suponiendo que puede hacerse, desde los órganos de Estado, lo que venga en gana que porque al final de cuentas se tiene un gobierno legítimo y mayoritario, y la función central de la justicia constitucional es –precisamente– retener esos intentos.

La Constitución austriaca de 1920 no generó una gran justicia constitucional, la Constitución española de 1931 tampoco, eso es un producto generado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial como un producto culturizado, y aquí es donde me parece que está el tema central.

La justicia constitucional puede morir, así como muere la democracia, cuando no somos capaces de generar todos los elementos de refuerzo para ellas.

Hace unos días citaba un profesor aquí, una pregunta de Eric Hobsbawm, el famoso historiador inglés, que creo que nadie tiene sospecha del pensamiento y el empaque moral intelectual de Hobsbawm, y decía Hobsbawm que una democracia necesita demócratas, de exactamente la misma manera, creo que una justicia constitucional requiere –y perdón que parezca simple pero no lo es– jueces constitucionales, jueces que estén sosteniendo una plaza que es la Constitución, jueces que estén sosteniendo una función que es la Constitución, ésta –me parece– la figura histórica de nuestro tiempo.

Hace quince años, esto prácticamente se daba por descontado –no creo que hoy esto se dé por descontado– en muchísimos lugares del mundo, la tentación de apoderarse de la justicia constitucional, de destruir la justicia constitucional, de hacer cosas distintas con la justicia constitucional, es importante, y creo que éste es el tiempo de los jueces constitucionales, no como un ego profesional –que eso no tienen ninguna relevancia– no como una condición personal, sino como forma de mantenimiento de los procesos civilizatorios que están presentes y que tienen que generarse en toda esta sociedad. Si esto no se logra, me parece que la democracia y la justicia constitucional terminarán.

Quería compartir con ustedes estas breves reflexiones de hace quince años, por una última razón que tenía que ver con lo que dijo Javier Laynez.

A mi me parece que el derecho –y con esto termino– es un asunto extraordinariamente serio, más allá de sus formas culturales, si lo impartían magos o dioses, cada sociedad va resolviendo sus problemas como va pudiendo en el signo de sus tiempos.

A mí me parece, que mantener el derecho, calificado como estado de derecho o simplemente el orden jurídico, es de la mayor importancia, mantener la judicatura nacional potente, independiente, razonada y sensible es importantísimo y mantener a la profesión jurídica como aplicadora de elementos sociales, me parece que es extraordinariamente importante.

Hoy nadie puede dudar que nuestra Constitución es democrática –nadie puede dudar eso– nadie puede dudar que nuestra Constitución ha logrado los mayores estándares que el constitucionalismo de nuestro tiempo, como base material, le determina tiene un catálogo extraordinario de derechos de fuentes constitucional y convencional, tiene un principio pro persona, tiene jurisdicción constitucional, no le falta nada.

Creo que con el trabajo de simple y sencillamente aplicar la Constitución, más allá de los problemas de interpretaciones y de objetividades que todos conocemos y todos manejamos aquí todos los días, hay una posibilidad de que la justicia constitucional se convierta en un garante extraordinario, no sólo de los derechos, no sólo de las competencias, no sólo de las facultades, sino del orden jurídico mismo, éste me parece que sería uno de los elementos más importantes.

Yo termino estos quince años –la verdad– me voy muy contento y muy satisfecho, –no sé si deba o no, pero así estoy–, me voy en paz y muy agradecido –esto último que parece simple no es tan simple– porque se va uno con una tranquilidad, personal, con la tranquilidad emocional y con una idea de seguir haciendo cosas para el derecho, cosas para la judicatura y cosas para la profesión. Nos seguimos viendo todos por ahí. Muchas gracias.

Add a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *