La amenaza de la tercera guerra*

Por Gerardo Remé Herrera Huizar, consultor, experto en Comunicación Estratégica y Seguridad.*

La crisis generada por el asesinato del general Soleimani abrió la puerta a una nueva escalada de confrontaciones militares impredecibles entre Irán y Estados Unidos, con extensión a sus respectivos satélites y potencialmente a otros actores relevantes en el plano internacional. Las primeras reacciones políticas se mantuvieron en el plano declarativo con narrativas mutuamente amenazantes. Los efectos inmediatos se registraron en la inestabilidad del sistema financiero y en el alza de los precios del crudo, dada la natural incertidumbre y temor producidos por el evento.

La especulación sobre los escenarios futuros, corrieron desde lo temporal e intrascendente con la percepción de que, como en otros casos, el asunto podría atenderse en el ámbito diplomático, hasta lo catastrófico, que obligaba a ubicarse en el terreno bélico en virtud de la relevancia del hecho y del personaje abatido, un alto funcionario del Estado de Irán, importante figura política y militar, lo que fue interpretado como un abierto acto de guerra por parte de Washington.

La declaración de la máxima autoridad iraní dejó en claro que tendría una respuesta drástica al ataque norteamericano, reservándose el derecho a decidir cuándo, dónde, de qué manera y en qué fuerza ejercería su terrible venganza. Por su parte, el mandatario norteamericano, reiterando su actitud, fue explícito al señalar que, si se materializaba esa respuesta, actuaría con su poderoso ejército contra 52 blancos ya seleccionados de gran importancia para Irán, que podrían incluir sitios culturales.

Tanto el impacto político, la reacción de indignación social que la eliminación del líder persa tuvo en la región, así como la abierta postura hostil del presidente norteamericano, generaron una dialéctica incendiaria que alejaba a cada momento la posibilidad de una solución diplomática.

El escenario más peligroso, pero más posible, dadas las circunstancias era, desde luego, que habría una represalia iraní, pues difícilmente Teherán se resignaría a pasar por alto la agresión recibida, pero considerando la asimetría del poder militar y las capacidades bélicas entre los virtuales contendientes, resultaba poco probable que Irán eligiera la vía armada convencional, lo que le dejaría como opción la vía de la acción irregular, contra objetivos redituables en cualquier parte donde pudieran afectarse los intereses del enemigo.

Una situación de este tipo, supondría, naturalmente, la reactivación de acciones violentas, selectivas, contra objetivos diversificados, de manera sorpresiva, en espacios geográficos imprevistos y con intensidad diversa, que podrían ser perpetrados por cualquier tipo de fuerza, actores difusos, estatales o no estatales, reales o ficticios, con intencionalidades múltiples, que podrían revestir características de y ser calificados como actos terroristas, cuya autoría podría atribuirse a la venganza anunciada, lo que eventualmente ofrecería no sólo a los Estados Unidos, sino a otros estados aliados, la justificación necesaria para emprender nuevas represalias, lo que llevaría, como se ha vivido en otros casos de confrontación, de manera circular, a un escalamiento del conflicto de intensidad, expansión y duración impredecibles.

La tensión y zozobra producida a nivel global llegó a su clímax con dos tímidos ataques de cohetes perpetrados a dos bases militares estadounidenses por parte de Irán, atrayendo la atención mundial e incrementando momentáneamente el temor de la guerra. Pero rápidamente todo dio un vuelco. El canciller iraní comunicó, tras su débil respuesta armada, vía redes sociales, que con esa acción se daba por servido, lo que se interpretó más como un mensaje al interior de su nación, a manera de catarsis, que como una real represalia hacia su enemigo. El mandatario norteamericano, por su parte, aceptó triunfal la tácita “disculpa”, no sin advertencias y condicionamientos, dejando en claro que la espada de Damocles seguirá pendiendo sobre Persia si no se porta bien.

El fantasma de la guerra, venturosamente, parece haber sido conjurado, al menos en el plano convencional, pero no debe pasarse por alto, que aún queda en el ánimo de la sociedad iraní, en grupos y sectores radicales de toda la región con estrechos vínculos con el país islámico, un duelo y ánimo de revancha de reservado pronóstico.

Sólo como curiosidad: ¿Tendría algo que ver en el desenlace la coincidente y sorpresiva visita de Vladimir Putin a Damasco el martes pasado?

Publicado en El Rincón del Chamán con autorización del autor.

Publicación original El Semanario Sin Límites.

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