Matrix. La realidad virtual. El pico y la normalidad

Por Gerardo René Herrera Huizar, especialista en Comunicación Estratégica y Seguridad.

No es poco frecuente, y menos en política, que, en el enfrentamiento discursivo entre la teoría y la realidad, quien resulte derrotada sea la realidad.

En la época de la posverdad y el relativismo existe una gran flexibilidad y se cuenta con poderosas herramientas para moldear la percepción del más agudo observador, inducir la duda o crear una ilusión a pesar de la más robusta e incuestionable evidencia.

El mensaje, el argumento, la información con que se abordan oficialmente los temas más relevantes y trascendentes, parecen estár caracterizados por la ductilidad, que otorga un amplio margen para la construcción de escenarios virtuales, tan optimistas o catastróficos como se quiera. Ofrecer un paraíso o un páramo macabro, con apenas interpretar convenientemente unos cuantos datos y producir realidades alternativas.

La ficción nos ha alcanzado, la Matrix es real, la sociedad se ve sometida a estímulos que le llevan a percibir como real un mundo enteramente virtual, que la sumerge en la desorientación, la confusión y la angustia.

La crisis por la que atraviesa el país se va agudizando y adquiere, paulatinamente, mayor complejidad a medida que se abren nuevos frentes de discusión en la escena política, se multiplican las predicciones adversas en la perspectiva económica, se deteriora la seguridad y se disparan las cifras de contagios y defunciones a causa de la pandemia, rebasando los pronósticos, cuestionando severamente la credibilidad en las estadísticas oficiales y la adecuada conducción de la estrategia adoptada para contener su expansión.

Pese al optimismo exhibido en la copiosa comunicación gubernamental, con sendos espacios temáticos, las señales que se mandan desde San Lázaro, la reacción de algunos gobernadores en cuanto a las medidas sanitarias sugeridas desde el centro, la irritación expresada en ruidosas manifestaciones y la crítica desde y hacia los medios, ofrecen un panorama contrastante que provoca desconcierto en amplios sectores sociales, que ya se ven o se verán seriamente afectados en su futuro inmediato, no obstante la promesa de una pronta recuperación de la economía y la millonaria generación de empleos.

Un aspecto que se antoja sintomático de la real preocupación de la población es que, a pesar de la dramática situación sanitaria que obligó al confinamiento y a pesar de los miles de contagios y decesos recientemente informados, una vez que se anunció la posibilidad de la recuperación gradual de la actividad, de acuerdo con el semáforo, a criterio de los ejecutivos estatales, con las medidas sanitarias pertinentes, que viajaron en un sentido y en otro con el auxilio de las (benditas o malditas) redes sociales (robóticas o humanas), el incremento de gente en las calles fue notablemente inmediato, los mercados se rebosaron y se abandonó a “Susana distancia” en un sinfín de lugares.

La explicación quizás no sea el encierro sino la impostergable necesidad de ingreso y abasto.

El terror que vino de China confinó a las poblaciones, con una alteración drástica en todos los órdenes de la vida comunitaria, dio lugar a especulaciones conspirativas sobre la gestación de un nuevo orden geopolítico, la transformación de la sociedad en sus costumbres, hábitos y necesidades. Produjo terror. Motivó reflexiones espirituales y se explicó también como la sanción de la tierra a los daños que la humanidad le ha causado.

Quizás todo esto sea razonablemente válido y la experiencia pueda tener un efecto transformador en la viciada sociedad global para que pueda desprenderse del cordón alimenticio de esa Matrix, que la succiona y le produce paraísos artificiales con fines de explotación y control, o simplemente sea un episodio más en el accidentado trayecto de la humanidad que, una vez superada la contingencia, seguirá adelante, retornando a la acostumbrada normalidad.  

El pronóstico inmediato para México, según la ciencia y los expertos, es que lo más difícil está por venir, la tan socorrida curva de contagios no se ha aplanado y no se ve para cuándo, los pronósticos se modifican día con día, el calendario y las cifras se ajustan conforme la grosera contabilidad lo demanda.

Paralelamente, la presión económica hace lo suyo, la falta de ingreso y el desempleo, que también va en aumento, empuja a millones de personas a salir en busca de alternativas para el sustento básico, aunque no realicen, formal y oficialmente, actividades esenciales.

  

En un panorama tan incierto, el mensaje ha comenzado a perder fuerza, la credulidad se agota, el auditorio abandona su letargo frente a la apremiante realidad y la disciplina cede espacio, palmo a palmo, a la urgencia del día a día.

La prioridad de la salud, peligrosamente se relaja y va pasando, imperceptiblemente, como simple moda, a un segundo plano.

Pese a la advertencia de la autoridad, ante la disyuntiva de satisfacer la necesidad inmediata y el alto riesgo de contagio, la gente va eligiendo lo primero, con las consecuencias asociadas, lo que probablemente explique la tendencia ascendente en los casos registrados y es que, evidentemente, en una situación de precariedad que se acentúa conforme el confinamiento se prolonga, no obstante el optimismo del discurso, entre la salud y el hambre la panza rige.

Foto de portada: Quadratín.

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