2018, ¿otra vez el voto útil?
|Por Manuel Ávalos, analista político
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En la campaña presidencial del año 2000, uno de los factores que intervinieron fuertemente en la inclinación del voto ciudadano mayoritario, fue la de un grupo de opinión, entre ellos de escritores e intelectuales que pensaron que la llamada “transición democrática”, es decir, la derrota del PRI después de 71 años en el poder, solo era posible mediante la promoción del llamado voto útil, es decir, en lugar de no votar, o abstenerse a ejercer este derecho ciudadano, era preferible dárselo al candidato de oposición con mayores posibilidades tenía de triunfar.
De esta manera esta corriente de opinión nacional fue creciendo rápidamente y algunos de los más conspicuos representantes de la intelectualidad nacional argumentó que el voto para el candidato más fuerte de la oposición que era Vicente Fox, del partido de la derecha tradicional y clerical mexicana, era única posibilidad del echar de la Presidencia de la República a uno de los últimos partidos hegemónicos del mundo que era el PRI, y que el país entrara por fin a una etapa democrática.
La historia demostró que la alternancia en el poder de la República, si bien posibilitó una mayor apertura y competencia electoral, no representó un avance significativo para revertir la crisis que venía sufriendo el sistema político por el descrédito que habían acumulado los partidos en las últimas décadas, por una conducta ética altamente cuestionable, en la cual los escándalos y la frivolidad de sus dirigencias y de muchos de sus cuadros relevantes, se volvió cotidiana.
Pero también se volvió parte de la “normalidad democrática” dos elementos altamente nocivos para el sistema político nacional: la infiltración de organizaciones e intereses delictivos en los partidos, pero sobre todo, a la perversión política promovida por los propios partidos políticos que es el pragmatismo-utilitario-electoral, consistente en ganar votos y con éstos, cargos y posiciones, al margen de principios, programas y proyectos de gobierno, que han corrompido la vida pública, económica y social, que tienen al país inmerso en una crisis que amenaza su viabilidad democrática.
Apenas iniciado el 2017, el circo electoral y el juego de los actores y protagonistas, asi como de los grupos de presión a través de sus empresas encuestadoras han ido rápidamente, calentando el escenario electoral con la promoción y especulación de algunas hipótesis de alianzas, algunas más producto de buenos deseos, que de posibilidades reales, pero que abren un juego de apuestas que podría convertir nuestro sistema electoral en un verdadero casino.
La adopción del pragmatismo en los partidos, materializado en una cuestionada política de alianzas como estrategia política -electoral, ha ido acrecentándose en nuestro país en tiempos recientes, hasta plantearse en la posibilidad de una alianza electoral para el 2018 entre el partido de la derecha tradicional en México (PAN), con quien era el representante de la izquierda electoral (PRD), con el fin de quitarle al PRI la Presidencia de la Republica, pero además, y sobre todo, evitar que el dirigente de Morena ( AMLO) pueda ganar la Presidencia de la República.
No obstante, la posibilidad de una alianza entre PAN-PRD enfrenta una coyuntura crítica que podría derivar en un aborto porque, por un lado, en el caso del partido blanquiazul no se ve en su horizonte una candidatura fácil de Margarita Zavala, por el protagonismo enfermizo del expresidente Calderón que amenaza con reventar las posibilidades de su esposa y en el caso del PRD, su mejor activo que es Miguel Mancera, a pesar de su acuerpamiento empresarial nada desdeñable, no solo en la CDMX, arrastra a un partido sin líderes, con una crisis interna que no acaba de tocar fondo y que podría agudizarse si la flamante Constitución de la CDMX es torpedeada antes de su estreno.
El drama del PRD, un partido reformista de izquierda, adoptó las estrategias de los partidos de la derecha, se desdibujó ideológicamente, su plataforma y programa de acción y su proyecto político terminaron por parecerse a los partidos que antes combatían, de ahí que se vea rechazado con la indiferencia y la abstención electoral, sobre todos de los jóvenes que eran uno de los segmentos importantes de su bases sociales.
El descrédito de los partidos en México es tal, que las campañas electorales se convirtieron en un intercambio de golpeteo bajuno, con contenidos de nota roja y no de propuestas y programas de gobierno, como ya lo estamos viendo en las campañas de los estados de México, Coahuila y Nayarit, que serán un importante ejercicio electoral de la disputa de la Presidencia en el 2018.
Finalmente, la crisis de los partidos nacionales elevó sustancialmente la presión social por la participación de candidaturas independientes que parecía ser una bocanada de oxígeno para el sistema democrático nacional, que amenaza con pervertirse y distorsionarse por la participación de grupos de presión y políticos disfrazados en supuestas asociaciones civiles y redes sociales que seguramente subastarán sus votos y sus recursos al mejor postor en el mercado electoral.