De memoria // La muerte anunciada…

Por Carlos Ferreira Carrasco, periodista de tiempo completo, incluídos los sábados, domingos y días festivos.

*Cualquier semejanza con la realidad no es coincidencia.

Este domingo, 2 de febrero, se cumple un aniversario más del asesinato en 1972, del maestro rural, dirigente campesino y líder de los rebeldes en la sierra guerrerense, Genaro Vázquez Rojas, sobre un Puente a escasos 20 kilómetros de Morelia.

Genaro, quien dos días antes había sido publicado en enorme foto a color de primera plana, acompañado de otra persona, con dos señoras que lo acompañaban durante el imaginario accidente, fue el único no sólo muerto sino herido.

Sus acompañantes desaparecieron y quien manejaba el vehículo reapareció tiempo después como alcalde en las costas de Guerrero. De las mujeres, curioso, ni siquiera se registraron los nombres.

Samuel Arreigue, creador y patrono de la Cruz Roja en Morelia, vecino puerta con puerta de mis padres en la Plazuela de la Soterraña, comentaba:

“Genaro llegó vivo pero en muy mal estado. Quisieron intervenirlo sólo que lo acompañaban varios, muchos soldados que no permitieron nada. Lo dejaron morir.

“Tenía una sola lesión en la parte superior del cráneo, en forma de V invertida, algo que podría haber correspondido a un golpe con la culata de un rifle o una metralleta”.

Cuando se conoció el accidente por el reporte de un joven que manejaba un camión de pasajeros, propiedad de su padre, procedente de Huetamo, a la ambulancia enviada no le permitieron acercarse. Lo mismo con otros vehículos que querían tomar parte en el auxilio de las posibles víctimas. Dos robustos transportes militares y un buen número de sardos custodiaban el escenario.

Una grúa remolcó el vehículo siniestrado al corralón de la Policía Federal de Caminos. Allí bajo la custodia del comandante Plata fue guardado. El federal, amigo o simple conocido de mi padre al que coloquialmente le decía “Fierros” o “Fierritos” me permitió pasar a ver el auto.

Generosamente se hizo pato cuando tomé algunas gráficas del Dodge Dart. Decidió explicarme el accidente:

“Mira, un choque a 140 kilómetros por hora por lo menos te desinfla las llantas. Estas y sus rines están intactas. Este coche no se estrelló, lo comprimieron…”

Me hizo ver la parte trasera, la cajuela mostraba un apachurramiento total, pero ninguna raspadura la pintura sin rayones. No había mejor demostración de que nunca hubo choque. A pesar de la aparatosa herida de Genaro, ausencia de sangre en el interior.

Finalmente me dijo que nunca había hablado conmigo porque ni siquiera me conocía. Palmadas en la espalda, saludo a mi padre y la petición de que no se conocieran las fotos en México.

Las envié a mi central, en La Habana, de donde tenía la certeza que jamás saldrían a la luz, como sucedió. Fidel, el comandante, era extremadamente cuidadoso en todo lo que se refería a México y sus autoridades.

En recuerdo publicado al cumplirse 40 años del crimen, mencionamos que su esposa, Consuelo Solís, había sido detenida mientras cundía la especie de que Genarito (por entonces niño), su hijo, estaba en poder de las autoridades judiciales, concretamente de la Dirección Federal que de esa forma pretendía obligar al rebelde a entregarse. Se supo que la Secretaría de Gobernación aceptó tácitamente que Genaro ya estaba en poder de la policía, y que su vida dependería de la generosidad de sus captores. Al no presentarlo ante las autoridades judiciales, se empezó a manejar la certeza de una condena a muerte. Como al parecer fue.

Ese 2 de febrero de 1972, en la versión semioficial, viajaba Genaro rumbo a Morelia camino a Tierra Caliente, en el sur michoacano, acompañado por las dos mujeres de la foto, por cierto nunca identificadas, y por otras personas. Una de ellas, José Bracho Campos, que era el conductor. Al llegar a la última curva de la carretera antes de arribar a la antigua Valladolid, se supone que perdió el control y sin frenar ni intentar ninguna otra maniobra, se estrelló casi de frente contra el puente.

Bracho Campos, años después, fue presidente municipal de algún ignoto pueblo y, lo más curioso, es que lo apoyó el Partido Revolucionario Institucional, contra cuyo régimen luchaba.

La muerte de Genaro no tuvo el brillo mediático que recibieron Lucio Cabañas y la cruenta batalla en la que murieron decenas de campesinos, pero que sirvió para rescatar, con vida y sin daño alguno, al que aspiraba y obtuvo el gobierno de Guerrero, Rubén Figueroa. Nadie protestó por la oscuridad con que se manejó el accidente de Genaro, no hubo marchas, carteles alusivos ni homenajes públicos.

Un triunfo definitivo, absoluto, para el gobierno que luego de encarcelar a los principales colaboradores del rebelde, los negoció a cambio de un secuestrado. Salieron a Cuba, donde se integraron a los planes de educación. El mejor grupo de asilados, al decir de los propios cubanos.

Texto publicado para mantener viva la memoria de tod@s en El Rincón del Chamán con autorización del autor.

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