Criterio de oportunidad, el coro de la justicia

Por Gerardo René Herrera Huizar, consultor especialista en seguridad nacional.

Todo indica que la cultura musical se arraiga día a día en nuestro prestigioso sistema de procuración de justicia.

Bajo la figura del testigo colaborador, testigo protegido o la denominación que haya que darle a esta modalidad, que bajo cualquier ángulo constituye un sistema de delación entre presuntos responsables de la comisión de delitos sujetos a proceso, las autoridades encargadas de la procuración de justicia recurren con más frecuencia al ya famoso criterio de oportunidad, que se va convirtiendo en moda, destacadamente, en los casos que involucran a las celebridades de la clase política, hasta hace no muchos meses, prominentes conductores de los destinos de la nación.

La autoridad encargada de integrar las también ya famosas carpetas de investigación, sustitutas de las extintas averiguaciones previas, han encontrado una vía más o menos cómoda de lidiar con las investigaciones, ciertamente complejas y sensibles, ofreciendo a los presuntos implicados, condiciones más amables para enfrentar sus procesos, desde la comodidad de su hogar, a cambio de información que permita ampliar el esquema de vinculaciones y complicidades, y extender el largo brazo de la justicia a otros personajes.

El canto de los acusados se va convirtiendo en un coro, al que se van sumando nuevas voces y nuevas tesituras: sopranos, tenores, barítonos, contraltos que alternan y se confunden en la gran ópera de la corrupción, deleitando al auditorio sensible y siempre pendiente de los escenarios trágicos o cómicos, pero no por ello, menos entretenidos y, desde luego, con desenlaces inesperados.

La opción de colaboración por parte de los inculpados tiene aspectos favorables para las diversas entidades que participan, de manera directa o indirecta en los procesos.

A los señalados como probables responsables de obscenos actos ilegales, la nueva modalidad, les brinda la magnanimidad de la justicia en reciprocidad a su atingencia y generosa disposición a desembuchar lo que saben. La deposición es importante, cada quien cantara su parte, la evidencia secundaria, lo relevante es el espectáculo.

A las agencias investigadoras, reconocidas mundialmente por su eficacia y profesionalismo, el nuevo modelo les ahorra desvelos y frustraciones, particularmente, a la hora de obtener, reunir y analizar la evidencia para sustentar los casos que casi nunca se les desvanecen, dada su solidez y contundencia.

A otros actores de interés, el criterio de oportunidad les resulta totalmente oportuno, sumamente flexible y altamente redituable. Puede venirles como anillo al dedo en momentos que el solaz social resulte indispensable para sortear de manera apacible las más furiosas tempestades y atemperar el ánimo enardecido en ambientes determinados.

Al espectador, el común ciudadano, la puesta en escena le ofrece un espacio de esparcimiento, atrae su atención. Por momentos le permite olvidar el confinamiento, el desempleo, la crisis económica, la estadística funesta y macabra de la epidemia, los acreedores implacables, la violencia desbordada o ser rescatado hasta de la depresión calamitosa.

Incorporar al coro nuevas voces, cada día más potentes, subirlas al escenario en estelares presentaciones, saturadas de cámaras y micrófonos, parece ser la estrategia magistral para cumplir el objetivo de enterrar la corrupción de una vez por todas y dar muestra a la extensa audiencia de la contundencia y veracidad del noble propósito.

La obra puede durar lo que sea necesario, el escenario modificado a voluntad, el tono adaptado a la circunstancia y el desenlace tan espectacular y sorpresivo como se requiera.

Un ambiente, en fin, tan maleable, en el que todos los involucrados pueden obtener algo en su propio interés, salvo quizá, de manera objetiva, la sociedad.

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