La nebulosa realidad política mexicana

Por Gerardo René Herrera Huizar, analista político y especialista en seguridad nacional

Los escenarios se tornan cada vez más confusos, los eventos relevantes se suceden de manera vertiginosa sin una explicación que resulte razonablemente asimilable al común de los mortales en un ambiente que nos ofrece muchas pistas y nos sorprende cotidianamente.

Solamente algunos de los temas de la complicada agenda:

  1. El banderazo de salida hacia la sucesión a mitad del sexenio con una aparente y marcada proclividad hacia uno de los contendientes
  2. El cambio de juego con el tan consentido y jabonoso testigo protegido estrella
  3. Los reacomodos en el gabinete de personajes prominentes en el ajedrez político con o sin motivación evidente
  4. Los regaños públicos a funcionarios con responsabilidad destacada en la coyuntura social
  5. La pretensión del retorno de la Guardia Nacional a su seno materno y los amarres empresariales con las Fuerzas Armadas
  6. El giro hacia una mayor actividad en el plano internacional
  7. La inexplicable rutina pugilística en busca de contrincantes

En efecto, todo parecía seguir una ruta planteada desde la campaña, sin mayores distorsiones en el derrotero, pero parece ser que a la mitad del camino algo no salió bien y la inquietud fue haciendo meya en el ánimo y en la expectativa.

Es de sabios rectificar y más aún, bien lo saben los expertos, en materia de estrategia o de política pública. Ningún plan se ejecuta ni se obtienen los resultados originalmente planteados.

Pero paulatinamente, es notorio, las cosas se fueron ajustando, día con día y de forma sorpresiva y, sobra decirlo, con notoria y creciente molestia por parte del director de los destinos nacionales, detentador absoluto de las decisiones y, sobre todo, de las lealtades.

Sabíase que una transformación es no sólo dolorosa si no larga, y que el empeño, por lo tanto, sería una apuesta sembrada de abrojos bajo la pretensión de una sola administración, tarea previsiblemente imposible. Quizás la estrategia de continuidad tenga que ver con el aliento al pleito entre los suspirantes ya evidentes para que muestren sus cartas y hagan su oferta en el proceso para seleccionar al ungido. No lo sabemos.

En una mente activa caben millones de pensamientos, pero es obvio que ya se prepara el esquema ante las coyunturas que surgen día a día y dan muestra de tensiones internas, tanto en el aparato burocrático, como en el movimiento transformador que no terminan de cuajar y producen, al menos en apariencia, incomodidad en el primer mandatario.

El combate a la corrupción y la opción por los pobres siguen siendo las principales banderas de la política gubernamental que ahora, a la mitad del camino, se han pretendido trasladar al ámbito externo, aún de manera incipiente y tímida, con un mensaje más orientado al consumo doméstico que a producir un sensible impacto internacional.

El giro hacia el exterior, prácticamente inexistente durante la primera mitad del sexenio, se explicaría también en el contexto de la pugna interna ante el proceso sucesorio, como una forma de mostrar una mayor actividad y posicionarse como candidato competitivo.

Cada quien en su cancha, los tres virtuales candidatos de la transformación hacen uso de las herramientas a su disposición para estar en el ánimo y en la mente del jefe, quien reserva sus intenciones y transversalmente se recarga en el aparato de seguridad para apuntalar su proyecto.

La agenda se complica, los resultados y la prospectiva parecen no ser los deseados, el tiempo pasa vertiginoso y la coyuntura ofrece más síntomas de conflicto que de concordia, no sólo con la incipiente oposición, sino al interior del movimiento renovador.

Nebuloso panorama.

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