La guerra, caliente o fría es guerra

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Por Gerardo René Herrera Huizar, consultor especialista en seguridad nacional // @grhhuizar

El lunes 6 de noviembre de 2017, publiqué en este espacio un artículo que incluía el siguiente texto: “Inteligente, capaz, frío y calculador, el exintegrante de la famosa agencia de inteligencia de la Unión Soviética, hoy presidente de la Federación Rusa y considerado por la revista Forbes durante cuatro años consecutivos como el hombre más poderoso del orbe, consolida su liderazgo estratégico y su capacidad de influencia a nivel global…

Forjado en el seno de la confrontación bipolar, conocedor de las capacidades económicas, políticas y militares rusas, detentador de un poder casi absoluto y un liderazgo sólido, Vladimir Putin se erige como el personaje con mayor influencia a escala global cuya capacidad puede generar una crisis interna en el núcleo mismo del poder de la máxima potencia.”

Por si quedara duda de lo que en aquel año se señalaba, los recientes y demoledores acontecimientos corroboran las capacidades del líder ruso para determinar cambios sustantivos en el orden geopolítico internacional.

Ni la alianza atlántica, ni las, en su mayoría, tibias condenas a la agresión armada, ni los llamados al diálogo y a la diplomacia en organismos internacionales tuvieron efecto alguno en las decisiones de Vladimir Putin de pasar de la advertencia a la amenaza, de ésta a la acción y desatar la guerra.

Paulatinamente, el discurso fue subiendo de tono, acompañado de la movilización de recursos militares a posiciones estratégicas para, finalmente, dar el zarpazo sobre Ucrania, lo que hasta hace pocos días se estimaba, cándidamente, poco probable en los foros internacionales, a pesar de la evidencia y las demostraciones de fuerza rusas.

El presidente Putin ha venido extendiendo sus exigencias, dejando clara su posición de no permitir la expansión de Occidente a los territorios que considera propios de su esfera de influencia, aduciendo razones de seguridad en su espacio vital.

La invasión a Ucrania ha alterado, desde ya, los equilibrios globales y ha puesto en jaque a los más relevantes liderazgos, pero fundamentalmente el de Estados Unidos y sus aliados, que se enfrentan a la disyuntiva de aceptar las condiciones que imponga el Kremlin, hoy fortalecido en su posición, o escalar el conflicto a niveles impredecibles.

Putin ha dado muestra de que es capaz de cumplir sus amenazas y que cuenta con las capacidades suficientes para ejercer una presión dominante y determinante de carácter tanto bélico como político en el entorno regional e internacional.

El realismo político se impone una vez más sobre el idealismo, la fuerza sobre el diálogo y la negociación, el poder duro sobre el blando y la dominación sobre la más elemental soberanía.

Ninguna guerra es limpia. Los intereses y la naturaleza humana condicionan las decisiones de los conductores de los pueblos que sucumben con frecuencia a las pasiones bajo percepciones o cálculos no necesariamente acertados, que conducen a los pueblos a destinos funestos.

La historia lo enseña y la realidad presente lo confirma.

Publicado en El Financiero 28 febrero 2022.

Imagen de portada tomada de Twitter.

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