El Gatopardo

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“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie», dice Tancredi Falconeri a su tío Fabrizio, el príncipe de Salina, el personaje central de la novela El Gatopardo, de Giusepee Tomasi di Lampedusa.
Es la convulsa etapa final del proceso de unificación italiana en 1860, y el príncipe de Salina es miembro de una aristocracia siciliana que observa cómo es despojada del poder para dar paso a un nuevo orden.
“Vivimos en una sociedad móvil a la que tratamos de adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar», dice el príncipe. Y se mantiene impasible ante las exigencias de tomar una posición clara ante los movimientos revolucionarios que se da a su alrededor: “Lo siento, pero en la vida política no puedo mostrar un dedo; me lo morderían.»
¿Por qué el nombre del libro? Porque el emblema de los Salina es precisamente un bigotudo Gatopardo, que aparece en cada rincón del palacio de Donnafugata, propiedad de este noble: en la fachada, sobre el frontón de la iglesia, en lo alto de las fuentes barrocas y en las baldosas de las casas.
Por eso el dicho aquel de “cambia como El Gatopardo», es decir, para no cambiar.
En una de las partes del libro, el príncipe Fabrizio lo reflexiona así:
“He comprendido perfectamente: no queréis destruirnos a nosotros, vuestros padres. Queréis sólo ocupar nuestro puesto… Tal cual, en el fondo; tan sólo una imperceptible sustitución de capas sociales.
“Todo esto no tendría que durar, pero durará siempre. El siempre de los hombres, naturalmente, un siglo, dos siglos. Y luego será distinto, pero peor. Nosotros fuimos los Gatopardos, los Leones. Quienes nos sustituyan serán chacalitos y hienas, pero todos, gatopardos, chacales y ovejas, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra».
Es finalmente lo que suele ocurrir con el poder. ¿Hasta qué punto los cambios que se avecinan en el país no son sólo para que todo siga como está?
Perla Oropeza

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