Temas centrales: Popularidad no es sinónimo de capacidad
|Por Miguel Tirado Rasso, consultor.
La clase política está de fiesta. Todos, los políticos que son y se reconocen como tales; los que no lo han sido y, sin querer, quieren serlo, y los que lo fueron y reniegan su pasado, aunque, por sus pretensiones busquen seguir siéndolo. En el panorama actual, la política se ha democratizado y está dejando de ser una exclusiva de quienes la han hecho su forma de vida, para dar cabida, cada vez más, a personajes de la sociedad civil. Ciudadanos, aunque todos lo seamos, pero que así se identifican para distinguir su origen.
En esta clasificación, hay colados que, renegando de sus antecedentes, buscan reincidir, ahora bajo el disfraz de ciudadanos, aprovechando la oportunidad que las candidaturas independientes les brindan. Son personajes a los que su pasado los condena, porque su incorporación como aspirantes sin partido, no responde al ideal de un compromiso ciudadano, sino a algo más simple: como la negativa de sus partidos a respaldar sus pretensiones políticas.
La próxima jornada electoral, la más grande de nuestra historia, abre expectativas, despierta ilusiones y ofrece oportunidades para quienes hacen política, para quienes viven de la política y para quienes la critican, pero, no obstante, quieren participar en ella. Para profesionales y para aficionados de una actividad de alta responsabilidad, gran compromiso y nobles fines, en cuyas manos habrá de quedar el futuro de nuestro país. Nada más y nada menos. Por eso preocupan algunas menciones de aspirantes a candidaturas que no tienen mayor sustento que un parentesco, la fama o la popularidad.
Y es que algunos de nuestros políticos han abusado hasta denigrar el concepto de la política, provocando que el elector busque nuevas figuras, sin importar antecedentes, trayectoria o capacidad del personaje. Ante la mala experiencia, la apuesta es, pues, al cambio, que renueva esperanzas y crea expectativas de un futuro mejor, aunque luego el experimento fracase y sean peores los resultados. De esto, sobran ejemplos.
El hartazgo es mal consejero porque contribuye a tropezar con la misma piedra, varias veces. Cuando un candidato reincidente confiesa que robó, en su último cargo público, pero sólo poquito, porque su alcaldía era muy pobre, podríamos suponer que esta cínica confesión habría significado su ruina política y la eliminación de su aspiración para ser alcalde, por segunda ocasión. Pero no, el caso es que El Layín, como se le conoce a este personaje del estado de Nayarit, no sólo ganó nuevamente la elección para la alcaldía, sino que después se lanzó como candidato independiente para la gubernatura del estado, proyecto en el que fracasó, para alivio y tranquilidad de los nayaritas.
En el próximo proceso electoral, ante el gran número de cargos de elección popular en juego, malas selecciones como el caso mencionado, se pueden repetir. Porque, con el ánimo de ganar a como dé lugar, algunos partidos están promoviendo personajes sin ninguna calificación para desempeñar un cargo público. Unos, por antecedentes reprobables, malos manejos y escándalos, y otros, por notoria incapacidad o absoluta ignorancia en el arte de gobernar.
Va como ejemplo el caso de la gubernatura del estado de Morelos. En su nueva fase, conciliadora, dispensadora y de cooptación al que se deje, el dueño de Morena, Andrés Manuel López Obrador, destapó como candidato para ese cargo al ex futbolista y todavía alcalde de Cuernavaca, Cuauhtémoc Blanco.
No soy muy aficionado al futbol, pero Cuauhtémoc fue un buen jugador de este deporte, según se lee en el curriculum que registró ante el Instituto Morelense de Procesos Electorales y Participación Ciudadana para su candidatura a la alcaldía de la capital morelense y que, como dato curioso, es una copia fiel de su perfil que publica Wikipedia. Muchas participaciones en el seleccionado nacional y muchos goles, aquí y en el extranjero, son los datos relevantes y méritos del “Temo” para asumir la presidencia municipal de la capital del estado.
Indiscutiblemente popular, el ex futbolista tomó posesión de la alcaldía el 30 de diciembre de 2015 y, a partir de entonces, su vía crucis comenzó. Diferencias y choques constantes con sus regidores y con sus colaboradores y hasta con quienes lo buscaron, contrataron ( se dice que le pagaron 7 millones por la candidatura) y postularon para la presidencia municipal. Conflictos y enfrentamientos permanentes con el gobernador del estado, fueron la característica de su intento de gobierno al que poco pudo dedicarse, porque no le quedaba mucho tiempo después tantos distractores.
Si este personaje manejara la política, como dominaba el balón en sus buenos tiempos, no habría ninguna objeción para que lo proyectaran a un cargo infinitamente más difícil y complejo en una entidad de graves carencias y problemas de inseguridad, pero resulta que, tras su muy cuestionada gestión al frente del municipio de Cuernavaca, su único mérito es su popularidad como ex jugador y, por eso, Morena lo adoptó, no por los resultados de su trabajo como alcalde, en el que demostró absoluta incapacidad para llevar un gobierno, sino por sus altas posibilidades de ganar la elección. Y eso es lo que importa entre los que dicen que quieren hacer historia.
A Cuauhtémoc habría que empezar por explicarle que política es también el arte de conciliar intereses, algo que no pudo en los dos años de su desempeño. Así que, poco se puede esperar de este personaje de llegar a ganar la elección. ¡Pobre Morelos!